Luis Porter
LAISUM, 02/09/11
En el más reciente número de la prestigiosa revista estadounidense The Atlantic (agosto 2011), la escritora Amanda Ripley nos introduce al debate provocado por la personalidad de Andrea Schelicher, quien ha logrado imponerse como el líder y propietario del sistema político-comercial promovido por la OECD conocido como PISA. En algún momento de su juventud, cuenta el artículo, Schelicher decidió apartarse del camino al que su padre, un profesor de educación, lo inducía. Lo consideraba “blando”. En su lugar se dedicó a las matemáticas y terminó como físico egresado de la Universidad de Hamburgo. El ejemplo de Schelicher, es muy simbólico, y sirve de ilustración de lo que puede ocurrir cuando se aborda el casi inasible y blando terreno de la educación aplicando criterios tan asibles como duros. La hipótesis sería que trasladarse al terreno de la educación, desde la física, tiene el riesgo de vivir una dualidad, en la que hasta las mismas ciencias duras, se muestren blandas. A ello se suma el peligro de desvirtuar el sentido de lo educativo al querer aplicar un racionalismo incompatible. Al menos el caso PISA, junto a la conducta de su auto nombrado líder, nos dice mucho de lo que ocurre en las ciencias sociales, donde no hay leyes que se cumplan, ni fórmulas que se repitan. El artículo de The Atlantic, deja ver muy claro que lo que en realidad transportan estos personajes que viajan de un campo al otro, es la presunción de una cientificidad que en educación provoca deformaciones, donde la lógica de producir datos en forma masiva, lleva a fuertes desequilibrios y resultados cuestionables.
El tema es atractivo, si consideramos que la mercancía PISA ha logrado sacudir la relación de poder en el campo de la política educativa (secretarías de educación hacia abajo) al haber impuesto sus resultados como demostraciones incontrovertibles e indiscutibles de niveles alcanzados, o no alcanzados, situaciones deplorables o estados críticos. Pruebas y resultados que terminan diciendo qué países están bien y cuáles están mal, poniendo a la defensiva a los responsables de la educación, a claudicar o entrar al juego de los datos para poder negociar y defenderse.
Antes de transcribir lo que Amanda Ripley nos dice en su artículo, preguntémonos si en el amplio campo de la educación, donde existen tantos investigadores, filósofos, sociólogos, administradores y expertos de amplio conocimiento y profundidad, tenga que ser alguien que se forma en las ciencias duras el que se asuma como dueño de los instrumentos que definen que es bueno, regular, o malo. Schelicher transita con su portafolio PISA de gobierno en gobierno, presentando su Power Point, que culmina con el repiqueteo sin fin, de su eslogan emblemático: “sin datos, Vd. simplemente es otra persona más con una opinión”. La estrategia es clara: yo soy un científico duro y mis resultados son indiscutibles, ustedes son científicos sociales, y sus conclusiones no son más que opiniones. El caso es que la Revista aludida, nos da pruebas que nos llevan a sospechar que PISA es un paquete mercantil, parte del pulpo neoliberal, cuyo lenguaje es el trillado de los estándares, el liderazgo, la calidad total, la excelencia, la rendición de cuentas... y todo lo que ya conocemos, suplantando los viejos ideales igualitarios de la educación por criterios economicistas que con su título de físico, Schelicher y sus seguidores, nos presentan como científicos. Lo peligroso de esta corriente no es la idea misma de aplicar la prueba PISA masiva e indiscriminadamente, sino sus excesos, sus fallas, y lo que es peor, la evolución hacia un racionalismo feroz que va expulsando del mundo de la educación, todo aquello que no le es funcional: el afecto, las emociones, la risa, la solidaridad, el trabajo en conjunto..., en suma, la vida en su expresión primera, la que contiene al ser humano en su totalidad que ciertamente no cabe en la prueba PISA, ni en las mentes políticas de los organismos que lo promueven.
Leer la vida del ex físico venido a educador, Andrea Schelicher, es entender las razones que llevan a tener una visión reduccionista, determinista y mecanicista, de la educación. No sorprende que formando parte de una organización en la que participan muchos miembros, y conviviendo con muchas otras agencias y dependencias que representan a multitudes, Andrea Schelicher haya preferido, transitar por un camino en solitario, cuya fórmula de evaluación comparativa permitió conmocionar la relación de fuerzas en una y otra nación, oscilando entre la especialización producto de la disección, y la estandarización que todo lo globaliza, bajo las que el estudiante, las escuelas y los sistemas educativos, son vistos como máquinas, y los maestros como relojeros, aunque lejos del tic-tac y la magia de los relojes.
El tema es atractivo, si consideramos que la mercancía PISA ha logrado sacudir la relación de poder en el campo de la política educativa (secretarías de educación hacia abajo) al haber impuesto sus resultados como demostraciones incontrovertibles e indiscutibles de niveles alcanzados, o no alcanzados, situaciones deplorables o estados críticos. Pruebas y resultados que terminan diciendo qué países están bien y cuáles están mal, poniendo a la defensiva a los responsables de la educación, a claudicar o entrar al juego de los datos para poder negociar y defenderse.
Antes de transcribir lo que Amanda Ripley nos dice en su artículo, preguntémonos si en el amplio campo de la educación, donde existen tantos investigadores, filósofos, sociólogos, administradores y expertos de amplio conocimiento y profundidad, tenga que ser alguien que se forma en las ciencias duras el que se asuma como dueño de los instrumentos que definen que es bueno, regular, o malo. Schelicher transita con su portafolio PISA de gobierno en gobierno, presentando su Power Point, que culmina con el repiqueteo sin fin, de su eslogan emblemático: “sin datos, Vd. simplemente es otra persona más con una opinión”. La estrategia es clara: yo soy un científico duro y mis resultados son indiscutibles, ustedes son científicos sociales, y sus conclusiones no son más que opiniones. El caso es que la Revista aludida, nos da pruebas que nos llevan a sospechar que PISA es un paquete mercantil, parte del pulpo neoliberal, cuyo lenguaje es el trillado de los estándares, el liderazgo, la calidad total, la excelencia, la rendición de cuentas... y todo lo que ya conocemos, suplantando los viejos ideales igualitarios de la educación por criterios economicistas que con su título de físico, Schelicher y sus seguidores, nos presentan como científicos. Lo peligroso de esta corriente no es la idea misma de aplicar la prueba PISA masiva e indiscriminadamente, sino sus excesos, sus fallas, y lo que es peor, la evolución hacia un racionalismo feroz que va expulsando del mundo de la educación, todo aquello que no le es funcional: el afecto, las emociones, la risa, la solidaridad, el trabajo en conjunto..., en suma, la vida en su expresión primera, la que contiene al ser humano en su totalidad que ciertamente no cabe en la prueba PISA, ni en las mentes políticas de los organismos que lo promueven.
Leer la vida del ex físico venido a educador, Andrea Schelicher, es entender las razones que llevan a tener una visión reduccionista, determinista y mecanicista, de la educación. No sorprende que formando parte de una organización en la que participan muchos miembros, y conviviendo con muchas otras agencias y dependencias que representan a multitudes, Andrea Schelicher haya preferido, transitar por un camino en solitario, cuya fórmula de evaluación comparativa permitió conmocionar la relación de fuerzas en una y otra nación, oscilando entre la especialización producto de la disección, y la estandarización que todo lo globaliza, bajo las que el estudiante, las escuelas y los sistemas educativos, son vistos como máquinas, y los maestros como relojeros, aunque lejos del tic-tac y la magia de los relojes.
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