Gonzalo de la Maza
POLIS, 31/08/11
Hasta aquí los estudiantes movilizados y sus aliados han sorteado con gran habilidad los obstáculos de todo orden que se les han presentado, demostrando una sorprendente unidad y continuidad en la movilización. Han transformado el escenario y modificado los términos del debate. Es lo que les da la fuerza necesaria en el momento que se inician las negociaciones en serio: aquellas referidas al petitorio original del movimiento y no a las medidas que al gobierno le gustarían. Este último ha retomado un cierto margen de iniciativa por la vía de cohesionar a su propio sector de apoyo y contar con fuerte respaldo parlamentario. Pero está especialmente mal preparado para abordar las demandas principales del movimiento, relacionadas a otras que tienen amplio sustento en la sociedad. Vale decir que el movimiento estudiantil, aunque cuenta con adhesión, no cuenta con expresiones políticas propias –recuerde que los jóvenes no votan- y tiene un duro adversario al frente. ¿Cómo conducir la respuesta política en esas condiciones?
Una vía de transformar la situación es la que se usó en el 2006, luego de la movilización pingüina: el movimiento se desactiva dando paso a los políticos, que son “los que tienen que solucionar esto”. Es lo que les dicen Ignacio Walker, Andrés Allamand. Sergio Bitar y el gobierno en pleno: muchachos ya entendimos que uds. no están contentos, déjennos ahora concordar un camino entre gobierno y parlamento. Avanzaremos en la medida de lo posible, como lo venimos haciendo durante los últimos 20 años. En otras palabras, una posible salida es que los políticos cazueleen a los estudiantes. Afortunadamente el riesgo de ello es bajo, entre otras razones, porque la experiencia del 2006 hace a los estudiantes uno de los movimientos sociales más desconfiados que ha existido. Los políticos tendrán que darse cuenta que ya se acabó lo que se daba.
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