lunes, 22 de octubre de 2012

El libro de la universidad imaginada

Eduardo Ibarra Colado y Luis Porter Galetar
(Coordinadores)
Laisum, 19/10/12



[Introducción del libro de Eduardo Ibarra Colado y Luis Porter Galetar (coords.), Lilian Álvarez, Daniel Cazés, Raquel Glazman, Arturo Guillaumín, Javier Ortiz y Lourdes Pacheco (2012) El libro de la universidad imaginada: hacia una universidad situada entre el buen lugar y ningún lugar, México, UAM-Cuajimalpa/Juan Pablos, 283 págs. (ISBN: 978-607-477-768-0)]

Advertencias sobre los epígrafes que dan inicio a esta obra y sobre algunos 
aspectos de este texto, entre cuyos títulos se encuentra el de una 
universidad situada entre el buen lugar y ningún lugar.


La recuperación de la identidad latinoamericana, que puede realizarse a través de la pintura, la literatura, la música o de cualquier otra expresión de la cultura y la vida de nuestras comunidades ancestrales, con el juego de espejos y artificios de entrada, nos remite a la articulación de sucesivas e infinitas figuras que intentan encontrar los sentidos de la historia, ahí comprendidos sus futuros. 

La cultura latinoamericana ha tenido como tema recurrente el espejo; tal fue la cultura preincaica enclavada en Chavín de Huántar, y luego la Inca para la que el cosmos reflejaba, cual espejo, su vida en este mundo. Los teotihuacanos, antes de construir su pirámide del sol, trazaron el “eje del mundo”, el corazón de la pirámide misma como centro del cosmos, mientras los Aztecas, que transportaban en sus largos viajes su tótem de obsidiana, representaban el origen del universo en Tezcatlipoca. 

Luego, con la invasión/invención de América, el espejo solar va a ser conquistado, hecho añicos y trocado por espejitos. Con la modernidad, los espejos, más que reflejar la tierra de los Dioses o la verdadera imagen del alma, prometen mostrar las cosas “tal como son”. Sin embargo, sus cristales proyectan los objetos siempre al revés, como advirtiéndonos involuntariamente que tales imágenes ocultan, en su apariencia y sus distorsiones, su verdad más íntima, invitándonos a escudriñar lo que hay realmente detrás. El espejo de vocación eurocéntrica, entronizado en la “Verdad” y la “Razón”, muestra hoy, cabalmente, sus vanas ilusiones en la diseminación de sus contrarios, lo aparente, lo falso y lo irracional. 

Esto ya lo hemos mostrado. La metáfora del espejo nos acompaña al menos desde 1993, cuando publicamos La Universidad ante el espejo de la Excelencia, para dar cuenta de los enjuegos y las distorsiones que producen los juegos discursivos, desnudando el poderío de la palabra que impone como verdad aquello, no porque es, sino porque se dice que es. Se trata de “explicaciones” introyectadas socialmente, que entierran las realidades mundanas de todos los días, condenándolas al silencio. A la pregunta ¿qué es la universidad? se le responde de muy diversas maneras, pero sin aludir demasiado a sus condiciones particulares de existencia, a lo que se vive y sucede cotidianamente en ellas, para dibujar en su lugar frescos y murales que muestran sus coloridas bondades aparentes, eliminando todo lo demás. 

Hoy mantenemos la pertinencia de esta metáfora, pero le otorgamos un sentido más positivo o la empleamos con un ánimo más optimista. El espejo no sólo proyecta luminosidades que nos deslumbran y enceguecen, escondiendo el sentido profundo de las cosas, como esa tan pregonada “excelencia” que, sustentada en datos, indicadores, diplomas y certificados, cubre y oculta las mediocridades de esos malos académicos que, como fantasmas a la caza de las bolsas de dinero bajo concurso, deambulan alegres en nuestras universidades de hoy, sin importarles demasiado las aspiraciones más plenas del compartir, aprender, reflexionar y crear.

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