miércoles, 28 de marzo de 2012

La Unefa, cárcel de ciudadanía

Asdrúbal Aguiar
El Universal, 27/03/12

En la sociedad de la información es propio que personas o grupos sociales, empresariales o académicos, se nutran de informaciones y opiniones de todo género y plurales, para mejor fijar sus propósitos y determinar sus apreciaciones. Se trata de una exigencia indispensable, sobre todo cuando éstas y aquéllos inciden en lo colectivo y sean obra de la ponderación, del adecuado uso de la razón humana, en pocas palabras omitiendo el capricho, la arbitrariedad o la improvisación.

La libertad responsable del hombre se mide, justamente, por su capacidad para discernir entre opciones distintas, debidamente informado como se encuentre para que existan y se den esas alternativas diferentes y de un modo real; desnudo éste, eso sí, de dogmas y fetiches, sin que se sugiera el abandono de su corazón. Y ello no es algo nuevo.

Los forjadores de las repúblicas modernas, en procura de la realización de sus ideales, reclaman como condición primera el fin de la censura. La libertad de imprenta, el debate abierto que permite a la gente común ilustrarse mejor para mejor decidir, es, por lo mismo, el eje vertebrador de las revoluciones francesa y americana del siglo XVIII y de la gaditana como las hispanoamericanas del siglo XIX; hasta que sus enseñanzas son enterradas por las bayonetas y los cuarteles secuestran a las sociedades.

La consideración previa viene al caso dada la entrevista que José Vicente realiza al general quien ejerce como Rector de la Unefa. Pero no llega a título de réplica, como lo previene el entrevistador, pues sólo cabe replicar afirmaciones razonables, sin que lo sean. No cabe la diatriba ante opinantes quienes rezan y vierten de modo acrítico el decálogo de sus convicciones, asumiéndolas como parte de la fe.

Sin ánimo de réplica, pues, considero la premisa del Rector entrevistado, a saber, su supuesto deber constitucional de formar "ciudadanos socialistas" en las aulas universitarias militares, como un desatino, por decir lo menos. ¡Y es que por lo pronto el texto fundamental de 1999, mientras respetemos la interpretación que del mismo hacen los venezolanos en el referéndum de 2007 al rechazar el proyecto de reforma constitucional socialista, en ninguna de sus líneas predica la ciudadanía socialista!

Que la Constitución afirme como patrimonio moral y valores los contenidos en la doctrina de Simón Bolívar, o que la educación como derecho quede sujeta a tales valores de la identidad, o que nuestro Estado -de vocación monárquica presidencial- prevea como función suya "el desarrollo de la persona" con desmedro del derecho de toda persona a desarrollarse por sí y libremente, es cosa distinta. Es éste y no aquél, pues, el debate que interesa y no concluye entre los venezolanos, marcando los encuentros y desencuentros que mantenemos desde hace 200 años. Se trata de un dilema vital, a saber, enajenar nuestra voluntad y entregársela al gendarme de turno o reivindicar de una vez por todas nuestra dignidad de hombres libres y capaces.

Mientras en la Unefa o en criterio de quien la dirige se sostiene como primordial preparar a sus alumnos para una confrontación bélica -reafirmando la manía persecutoria que nos viene desde la caída de la Primera República en 1812- o discutir sobre los hechos de Yumare y no los del Porteñazo, más allá de nuestras fronteras ocurre la más maravillosa de las revoluciones "socialistas": los instrumentos de comunicación digital para la información plural ya suman tantos cuantos somos los habitantes de la Tierra.

No dudamos que la idea jurásica del caudillo, de estirpe neta bolivariana, bulle en las cabezas de nuestros generales neocastristas; quienes sueñan encontrar alguna carta del Padre de la Patria que los emparente con Marx, Lenin o Mao para luego trasladar su cultura morganática y localista sobre las autopistas en las que ocurre el cruce mundial de culturas y civilizaciones.

El caso es que Bolívar, en su circunstancia pretérita, confundiendo lo circunstancial con lo permanente, piensa que "el pueblo está en el ejército... y todo lo demás es gente que vegeta, sin ningún derecho a ser otra cosa que ciudadanos pasivos". De allí que tache como fautores de una "patria boba" o "república aérea", justamente, a nuestros verdaderos Padres Fundadores, los de 1810 y 1811; quienes, visionarios, hacen suyos los paradigmas de la posmodernidad en cierne: primacía de los derechos humanos, diversidad de las ideas, gobiernos de servicio, desconcentración de poderes, desarme de la historia, y final de la Inquisición.

La Unefa, negándose a lo universal no califica de Universidad; es apenas prisión de ciudadanos y logia del fundamentalismo.

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