Luis Porter
LAISUM, México, 24/03/12
Gangster académico
Nuestras universidades públicas son lugares de creación y de esperanza. O al menos, eso deberían ser. Sin embargo, caminamos por ellas desencantados, sintiendo a cada paso un inevitable malestar. En este artículo voy a escribir sobre ello, sobre ese flagelo que ha logrado situar a la universidad pública en la densa inactividad en la que se encuentra. Lo hago, porque escribir es una estrategia efectiva para atemperar la incomodidad que produce una atmósfera que en lugar de ser crisol para el desarrollo personal, se encuentra atravesada por constantes y recurrentes actuares tan destructivos como irresponsables. Me refiero a la universidad secuestrada por esos personajes cuyo afán de dominio la fracturan en grupos de interés, cuyo mapa se dibuja en términos políticos de poder, expresados en el lenguaje de la razón técnica, resabios de una sociedad disciplinaria, cuyo discurso hoy adquiere la sintaxis propia de la burocracia administrativa, como parte de un sistema de capitalismo que ha pasado de lo disciplinario a la sociedad de control.
El afán de dominio de algunos académicos que así entienden su carrera, se nutre de una racionalidad instrumental que esgrime la censura para oponerse a las emociones, y con ello al disfrute propio del conocimiento. Una carrera académica trocada en dominio administrativo y tecnocrático que desalienta su potencial hacia acciones unificadoras que lleven a la reconquista de espacios de libertad. En un medio así, solo la voz interior provee de la fuerza necesaria para continuar trabajando en la educación de los jóvenes estudiantes, compartiendo con ellos las preocupaciones y problemas de un mundo en cambio, recobrando el sentido y la acción.
Los que deambulamos por la universidad en busca de un mejor camino, intentamos evadir las dinámicas que obstruyen, detienen, desvían las posibilidades de madurar teóricamente, de lograr una integración interdisciplinaria en proyectos visionarios, de formar parte de un todo. La estrategia es unificar, sumar fuerzas, superar rupturas, desde las que nos separan de la Naturaleza, hasta las que nos separan de nuestros colegas y de la sociedad. La tarea es reencontrar ese mejor camino que pasa por el arte y la cultura, cuya acción comunicativa es capaz de llegar a la dimensión espiritual de nuestros estudiantes. Ello requiere de una voz poética, la voz que se resiste a la mentalidad político-administrativa con la que se ha investido el que hoy asume el papel del amo.
Hemos estudiado a las universidades. Durante años hemos vivido en ellas. Lo que observamos lo hemos analizado por medio de la teoría y de la investigación. Conocemos bien sus estructuras, sus habitantes, sus múltiples sentidos, sus dinámicas, sus promesas. Gracias a lo que sabemos y conocemos, podemos afirmar que en la universidad pública mexicana de hoy, conviven dos mundos, el de los que desde su yo establecen comunicación con los demás, permitiendo que la universidad se exprese ante el mundo, y el de los que desde su Gran Yo imponen el silencio y la inmovilidad, ignorando al otro, y logrando que en la universidad impere la inacción. Los ecos que emanan de la universidad, surgen de aquellos pocos cuerpos académicos naturales que establecen redes y conversaciones con el mundo que los rodea. La callada inercia que la mantiene muda y rezagada, proviene de los enemigos de la palabra, que en lugar de cuerpos forman pandillas, controladas por esos elementos que han logrado posiciones, como resultado de componendas, alianzas, pactos y oscuras negociaciones.
La universidad se ha visto de esta manera transformada en un mapa invisible de grupos y grupúsculos, caracterizados por su capacidad de impedir y trastornar todo proyecto renovador y creativo que los amenace. Una universidad que por encima de su creatividad, de sus innegables talentos, ha sido inducida a la simulación, al vacío de ideas, a la incapacidad de proyecto, la intolerancia, las des-civilización, la acción indirecta, el enfrentamiento lateral u oblicuo, el golpe artero, donde el imperio de una racionalidad que se asume arbitrariamente científica, impera por encima del de la sensibilidad humana.
Texto completo
El afán de dominio de algunos académicos que así entienden su carrera, se nutre de una racionalidad instrumental que esgrime la censura para oponerse a las emociones, y con ello al disfrute propio del conocimiento. Una carrera académica trocada en dominio administrativo y tecnocrático que desalienta su potencial hacia acciones unificadoras que lleven a la reconquista de espacios de libertad. En un medio así, solo la voz interior provee de la fuerza necesaria para continuar trabajando en la educación de los jóvenes estudiantes, compartiendo con ellos las preocupaciones y problemas de un mundo en cambio, recobrando el sentido y la acción.
Los que deambulamos por la universidad en busca de un mejor camino, intentamos evadir las dinámicas que obstruyen, detienen, desvían las posibilidades de madurar teóricamente, de lograr una integración interdisciplinaria en proyectos visionarios, de formar parte de un todo. La estrategia es unificar, sumar fuerzas, superar rupturas, desde las que nos separan de la Naturaleza, hasta las que nos separan de nuestros colegas y de la sociedad. La tarea es reencontrar ese mejor camino que pasa por el arte y la cultura, cuya acción comunicativa es capaz de llegar a la dimensión espiritual de nuestros estudiantes. Ello requiere de una voz poética, la voz que se resiste a la mentalidad político-administrativa con la que se ha investido el que hoy asume el papel del amo.
Hemos estudiado a las universidades. Durante años hemos vivido en ellas. Lo que observamos lo hemos analizado por medio de la teoría y de la investigación. Conocemos bien sus estructuras, sus habitantes, sus múltiples sentidos, sus dinámicas, sus promesas. Gracias a lo que sabemos y conocemos, podemos afirmar que en la universidad pública mexicana de hoy, conviven dos mundos, el de los que desde su yo establecen comunicación con los demás, permitiendo que la universidad se exprese ante el mundo, y el de los que desde su Gran Yo imponen el silencio y la inmovilidad, ignorando al otro, y logrando que en la universidad impere la inacción. Los ecos que emanan de la universidad, surgen de aquellos pocos cuerpos académicos naturales que establecen redes y conversaciones con el mundo que los rodea. La callada inercia que la mantiene muda y rezagada, proviene de los enemigos de la palabra, que en lugar de cuerpos forman pandillas, controladas por esos elementos que han logrado posiciones, como resultado de componendas, alianzas, pactos y oscuras negociaciones.
La universidad se ha visto de esta manera transformada en un mapa invisible de grupos y grupúsculos, caracterizados por su capacidad de impedir y trastornar todo proyecto renovador y creativo que los amenace. Una universidad que por encima de su creatividad, de sus innegables talentos, ha sido inducida a la simulación, al vacío de ideas, a la incapacidad de proyecto, la intolerancia, las des-civilización, la acción indirecta, el enfrentamiento lateral u oblicuo, el golpe artero, donde el imperio de una racionalidad que se asume arbitrariamente científica, impera por encima del de la sensibilidad humana.
Texto completo
No hay comentarios:
Publicar un comentario