Alberto Lovera
Tal Cual, 22/06/12
Las universidades autónomas son sometidas a un acoso tenaz por parte del gobierno: congelamiento presupuestario, deterioro de los sueldos del personal académico, asedio violento para perturbar su normal funcionamiento y afectar su planta física, recorte de fondos para la investigación, negativa de recursos para la modernización de su infraestructura académica, acoso judicial para impedir el ejercicio de la democracia universitaria, violentando los principios autonómicos establecidos en la Constitución. Y con todo ello, no han podido doblegar a estas instituciones emblemáticas del conocimiento y de la democracia venezolana.
Mientras esto sucede, un sistema de evaluación internacional establece que un conjunto de universidades venezolanas, unas autónomas y otras privadas, muestran un desempeño destacado en el concierto de Latinoamérica y en nuestro país. Varias de ellas, la UCV en el lugar más prominente en el caso venezolano, han mostrado que, a pesar del clima adverso, siguen siendo las más valoradas tanto por su actividad académica como por sus egresados. Un baño de agua fría para quienes han pretendido menospreciarlas y deteriorarlas.
Seguramente, si no hubiera mediado tanto acoso y limitaciones, podrían haberse colocado en mejor posición, y muchas más universidades venezolanas estarían presentes en este u otro tipo de evaluación. Algo que debería producir una reflexión crítica de las autoridades gubernamentales para cambiar la óptica con la cual han venido tratando a estas instituciones. En vez de verlas como adversarias, deberían tender puentes para un diálogo constructivo que haga progresar la educación superior, respetando su diversidad, con lo cual gana nuestro país como un todo.
Si en este clima tan turbulento, muchas universidades han logrado ciertos avances académicos, mucho más lo podrían hacer en una dinámica en la cual las energías destinadas a preservar los fundamentos de las universidades pudieran destinarse a acometer un sinnúmero de innovaciones que siguen pendientes. La paradoja es que el acoso a las universidades que no se han plegado al pensamiento único que se les pretende imponer desde la cúpula del poder, le ha restado potencia a los cambios que hay que emprender. Los que se han realizado serían mucho más significativos si cesara el acoso. También las instituciones de educación superior que dependen directamente del Poder Ejecutivo no estarían sometidas al empobrecimiento académico que han vivido.
Contra viento y marea un conjunto de universidades han capeado el temporal, aunque con enormes costos. De nuevo se muestra que intentar doblegar a estas instituciones es un esfuerzo que se topa con una acumulación de experiencia que no puede sustituir por un empeño, por más poder que se tenga, de convertirlas en instrumento de conocimiento y formación de una sola corriente.
Su esencia es la diversidad.
Una relación constructiva entre el Estado, las universidades y la sociedad es necesaria. Es un tema de la agenda y de la decisión de cambio de los venezolanos.
Mientras esto sucede, un sistema de evaluación internacional establece que un conjunto de universidades venezolanas, unas autónomas y otras privadas, muestran un desempeño destacado en el concierto de Latinoamérica y en nuestro país. Varias de ellas, la UCV en el lugar más prominente en el caso venezolano, han mostrado que, a pesar del clima adverso, siguen siendo las más valoradas tanto por su actividad académica como por sus egresados. Un baño de agua fría para quienes han pretendido menospreciarlas y deteriorarlas.
Seguramente, si no hubiera mediado tanto acoso y limitaciones, podrían haberse colocado en mejor posición, y muchas más universidades venezolanas estarían presentes en este u otro tipo de evaluación. Algo que debería producir una reflexión crítica de las autoridades gubernamentales para cambiar la óptica con la cual han venido tratando a estas instituciones. En vez de verlas como adversarias, deberían tender puentes para un diálogo constructivo que haga progresar la educación superior, respetando su diversidad, con lo cual gana nuestro país como un todo.
Si en este clima tan turbulento, muchas universidades han logrado ciertos avances académicos, mucho más lo podrían hacer en una dinámica en la cual las energías destinadas a preservar los fundamentos de las universidades pudieran destinarse a acometer un sinnúmero de innovaciones que siguen pendientes. La paradoja es que el acoso a las universidades que no se han plegado al pensamiento único que se les pretende imponer desde la cúpula del poder, le ha restado potencia a los cambios que hay que emprender. Los que se han realizado serían mucho más significativos si cesara el acoso. También las instituciones de educación superior que dependen directamente del Poder Ejecutivo no estarían sometidas al empobrecimiento académico que han vivido.
Contra viento y marea un conjunto de universidades han capeado el temporal, aunque con enormes costos. De nuevo se muestra que intentar doblegar a estas instituciones es un esfuerzo que se topa con una acumulación de experiencia que no puede sustituir por un empeño, por más poder que se tenga, de convertirlas en instrumento de conocimiento y formación de una sola corriente.
Su esencia es la diversidad.
Una relación constructiva entre el Estado, las universidades y la sociedad es necesaria. Es un tema de la agenda y de la decisión de cambio de los venezolanos.
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