sábado, 16 de junio de 2012

La Universidad cuestionada

Darcy Ribeiro
LAISUM, México, 10/06/12

Estas circunstancias son las que, por alteraciones ocurridas en la sociedad global y reflejadas sobre la universidad, la ponen en tela de juicio y le exigen una redefinición que justifique su forma de ser o que se proponga transformarla en consonancia con los reclamos del desarrollo nacional. En relación con este cuestionario, todos los universitarios son llamados a tomar posición. Aún los portadores de una conciencia ingenua, viendo desenmascarados los contenidos reaccionarios y exógenos de ésta, buscan redefinir su postura para formular una ideología modernizadora explícita. Esto se comprueba por el hecho de que ya nadie defiende la estructura vigente de la universidad que, aún en su forma más arcaica, genera tensiones insoportables. Y aún porque, hasta para proseguir cumpliendo sus funciones tradicionales, la universidad debe alterar sus modos de ser y de actuar. La postura crítica también se modifica y madura al verse desafiada a formularse como un proyecto propio de desarrollo autónomo, suficientemente explícito para hacer frente a la postura modernizadora que, no confiando ya en el espontaneísmo, se encamina hacia la formulación de programas de renovación. Y fue compelida a definirse simultáneamente con respecto a la sociedad y a la universidad, porque se volvía impracticable ser radical o aun progresista en relación con la sociedad, sin serlo también dentro de la universidad en cuanto a sus problemas de crecimiento autónomo.

Podría contestarse que nadie en la universidad se opone al progreso autónomo; que ésta es y siempre fue la meta de los universitarios latinoamericanos. Lamentablemente, este argumento es falaz. La mayoría de nuestros docentes universitarios –y entre ellos muchos de los más prestigiosos– exhibieron siempre una actitud conservadora o, cuando mucho, modernizadora. Vivieron y actuaron como personajes muy orgullosos de sus pequeñas hazañas, viéndose a sí mismos como inteligencias excepcionales y meritorias, sólo por serlo en el ambiente retrógrado en que vivían, vanagloriándose de las instituciones que creaban, precisamente por su vinculación y dependencia con relación a centros universitarios extranjeros de los cuales constituían meros apéndices. Aún hoy es frecuente tal postura en América Latina y en ella se asienta la política modernizadora, que argumenta a favor de las ventajas de los perfeccionamientos parciales alcanzados con la ayuda extranjera, pero está ciega por el estrecho alcance de sus aspiraciones. Para comprender esta estrechez, basta considerar que si las universidades latinoamericanas recibieran, en los próximos veinte años, ayuda extranjera veinte veces superior a la que obtienen ahora para programas modernizadores, al final de este plazo se encontrarían en la misma situación actual de atraso relativo.
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