José Antonio Álvarez Gundín
La Razón, España, 09/08/11
Sorprende que entre las reivindicaciones de los «indignados» no haya una sola alusión, siquiera de pasada, a la Universidad, estando como están muchos de ellos en plenos estudios superiores. Es más, se diría que están satisfechos con el sistema académico, con la gestión de los rectores y con el profesorado, lo cual resulta asombroso si se tiene en cuenta que ninguna universidad española figura entre las 150 primeras del mundo por su calidad y prestigio. De la duodécima potencia mundial cabía esperar que su enseñanza universitaria no desmereciera del ranking, pero la realidad es que se disputa los puestos del pelotón con países del Tercer Mundo. De hecho, la Universidad pública española es una fábrica de frustración a pleno rendimiento y un título suyo no tiene más utilidad para encontrar trabajo que un diploma de la asociación de vecinos. Y lo peor es que aún no ha tocado fondo. Hace algunas semanas, un centenar largo de catedráticos difundió un manifiesto contra la reforma del personal docente que proyecta el Gobierno, con denuncias tan vigorosas que dejan pasmado al más escéptico. Según los firmantes, en su mayoría de centroizquierda, la Universidad se dirige a toda máquina hacia la perfecta burocratización, sindicalización y endogamia, donde se puntúa más el papeleo de despacho y la militancia sindical que la investigación, las publicaciones o el currículum en el extranjero. Se alimenta así una casta parasitaria cuyo objetivo es controlar los resortes del claustro para fines ideológicos. Eso es lo que explica por qué el campus se ha convertido en el patio de recreo de los grupúsculos radicales, una minoría que impone sus reglas y decide quién puede pronunciar una conferencia y quién no, a quién se le abre el aula magna y a quién se le cierra. Es muy loable que los «indignados» quieran cambiar el mundo, pero ¿qué tal si empiezan por su raídos pupitres? La Universidad no puede convertirse en refugio de mediocres ni fonda de fracasados, sino en el principal motor intelectual, científico y de renovación social, donde se prime el mérito y el esfuerzo, donde no se malverse el dinero público impunemente y se impida su utilización política, que por depender de las autonomías suele ser cateta y de vuelo gallináceo. Si el título universitario no recupera su utilidad laboral y su prestigio, sobra tanta universidad inútil y estéril.
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