Daniel Bensaid
Después de la aprobación en el verano de 2007 de la ley LRU, llamada de "autonomía de las universidades", muchos universitarios, prefiriendo ignorar el carácter orwelliano de la retórica sarkozysta, han confundido amablemente la palabra y la cosa: en el mundo de Sarkozy, la autonomía es heteronomía; y la ley Pécresse, la autonomía contra la autonomía: menos poder pedagógico para los enseñantes, más poder burocrático y administrativo, mayor dependencia de la financiación privada y de los dictados del mercado. Hace más de diez años, el Areser denunciaba la confusión entre autonomía concurrencial y libertad académica: “Invocar la autonomía de las universidades se ha vuelto hoy un arma administrativa para justificar la ruptura del compromiso global del Estado y para dividir a los establecimientos concurrentes entre sí desde el punto de vista de la distribución de los medios financieros”. (1)
Autonomía con salsa boloñesa
Pasado Mayo 68, los ministerios Farre y Guichard manipularon la aspiración del movimiento contestatario en beneficio de una “adaptación de la universidad a las necesidades de la economía capitalista” : “Las palabras clave de esta reconversión son la autonomía y la autogestión. Se trata de reducir el ‘cuerpo dentro del Estado’, que era la Universidad tradicional con sus prerrogativas, a una serie de unidades asociadas a las economías regionales, y de reconducir el movimiento estudiantil a un corporativismo provincializado”. La autonomía proclamada por los renovadores era un pretexto para “poner fin a la autonomía caduca de la universidad liberal y para abrir la universidad a sus usos patronales” (2). Este era el significado, dicho en claro, de la seductora fórmula de “apertura a las fuerzas vivas de la nación”. De reforma abortada en reforma abolida, han tenido que pasar cuarenta años para conseguirlo. En ello estamos, con la ayuda de la Europa liberal y el proceso de Bolonia.
Texto completo Autonomía con salsa boloñesa
Pasado Mayo 68, los ministerios Farre y Guichard manipularon la aspiración del movimiento contestatario en beneficio de una “adaptación de la universidad a las necesidades de la economía capitalista” : “Las palabras clave de esta reconversión son la autonomía y la autogestión. Se trata de reducir el ‘cuerpo dentro del Estado’, que era la Universidad tradicional con sus prerrogativas, a una serie de unidades asociadas a las economías regionales, y de reconducir el movimiento estudiantil a un corporativismo provincializado”. La autonomía proclamada por los renovadores era un pretexto para “poner fin a la autonomía caduca de la universidad liberal y para abrir la universidad a sus usos patronales” (2). Este era el significado, dicho en claro, de la seductora fórmula de “apertura a las fuerzas vivas de la nación”. De reforma abortada en reforma abolida, han tenido que pasar cuarenta años para conseguirlo. En ello estamos, con la ayuda de la Europa liberal y el proceso de Bolonia.
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