Alexis Guerra*
El Nacional, 17/08/11
La preocupación por lo que ocurre con las universidades en el país está más latente que nunca. Se incrementa en la medida que pasa el tiempo y el desconcierto se prolonga en ausencia de señales que anuncien posibilidades, propuestas, atisbos de un cambio, de una transformación, que ni siquiera en el discurso presenta modificaciones, al limitarse los protagonistas y actores de primera línea a argumentos que, por lo repetitivo, configuran una especie de círculo vicioso.
La inquietud está al margen de un proceso de negociación que avizore las dificultades que confrontan las partes en conflicto: gremio-gobierno, sin espacios de convergencia, sin planteamientos alternativos para contribuir a solventar una crisis que encuentra en el desgaste y debilitamiento institucional un efecto imperceptible para muchos. Como para evocar, en paráfrasis plural, a Monterroso: Cuando despertaron todavía los dinosaurios estaban allí.
Adelantamos una hipótesis generalizada y, además, avalada por el sentido común: la universidad cuenta con el talento suficiente para transformarse, que equivale a decir salir de la crisis. De allí siguen todas las interrogantes que usted quiera formular como guía. Por ejemplo: ¿Por qué no lo hace? Las respuestas son diversas dada la multiplicidad de intereses y factores en juego, al igual que variadas son las paradojas que esa realidad va recreando.
En el debate, el factor cultura organizacional, de acuerdo con los especialistas en "gerencia del cambio", representa uno de los anclajes de mayor peso específico a la hora de instrumentar proyectos de transformación. En la propia naturaleza de las instituciones que integran el sector público venezolano, la dependencia del Estado está en íntima relación con el denominado modelo rentístico, en términos económicos, a cuya sombra se procrearon valores típicos de la venezolanidad. La valoración del costo de producir y el esfuerzo y el sacrificio implícito en ello fue superada, con creces, por la mentalidad del desperdicio gracias a la disponibilidad de los ingresos petroleros. Las universidades se concibieron como fábrica para graduar profesionales que atendían el llamado del mercado o pasaban a engrosar la burocracia estatal en todos sus ámbitos y subniveles.
¿Cuál es la magnitud del arsenal de talento humano existente en las casas de estudios superiores? Seleccione usted cualquier universidad, por facultades y tendrá una idea. Si desea, no incluya al personal administrativo. El número de médicos, matemáticos, abogados, ingenieros, administradores, contadores, veterinarios, filósofos, arquitectos, farmacéuticos, entre otros, arroja una cifra impresionante, en comparación con cualquier otra organización o empresa venezolana.
Si la crisis universitaria se expresa en la insuficiencia presupuestaria y en los desniveles salariales, tal como reiteradamente se sostiene, sin que ello pueda negarse, las exigencias y demandas de autoridades y gremio cada vez que sean atendidas por el gobierno, seguirán siendo un paliativo. Por esta vía, admitámoslo de una buena vez: ningún gobierno, ningún Estado, bajo tales condiciones, a futuro, soportará esa carga.
Al lado de la gerencia del cambio, la literatura especializada, en sintonía con la morfología de la sociedad actual, refiere a la gerencia del conocimiento. ¿Cómo está la universidad en este aspecto? Hablamos de la institución cuya finalidad es generarlo, transmitirlo y difundirlo, que para eso están sus funciones clásicas de investigación, docencia y extensión.
Un dato: un texto de consulta obligada para los estudiantes de IV semestre de Medicina, Tratado de fisiología médica, de Guyton y Hall, cuesta 1.300 bolívares.
¿Y nuestros especialistas? En general, resulta paradójico que la universidad genere poco conocimiento.
Una universidad que no utilice su talento humano para producir nuevas ideas, proyectos y recursos (innovar) termina siendo la universidad del desperdicio. (*) UCLA
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