El País, 06/07/12
Hace tres años, cuando yo era todavía un despreocupado ciberutópico, escribí un corto ensayo para Newsweek sobre “diplomacia de tecnología punta”. En ese artículo, con diferencia el texto más superficial que yo haya escrito nunca, reprendía a los diplomáticos norteamericanos por no aprovecharse del inmenso poder blando digital que una compañía como Amazon podía ofrecer. El Kindle, escribí, es “el instrumento soñado por los disidentes” ya que podría “poner fin a una época en la que en los países autoritarios los visitantes extranjeros tenían que pasar de contrabando los libros clandestinos”. Bastaría con que Washington patrocinara la diplomacia del Kindle y “financiase discretamente la compra de textos que considerase más influyentes y con más probabilidad de fomentar el pensamiento crítico”.
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