Marion Lloyd
LAISUM, México, 12/07/12
Si en algo son insistentes los ranquedores de universidades, es en la confiabilidad de sus metodologías.
Por eso lo sorprendente de las declaraciones recientes de Phil Baty, editor del Times Higher Education World University Rankings. En una serie de artículos publicados en mayo y junio en University World News, el también periodista critica el uso de su propio ranking como base para la formación de políticas públicas. Inclusive, cuestiona uno de los principios básicos que ha hecho de los rankings instrumentos altamente influyentes y rentables: la idea de que son capaces de reflejar la calidad de las instituciones de forma imparcial y definitiva.
En realidad, argumenta Baty, “ningún ranking de universidades puede ser exhaustivo ni objetivo”.
Parece una extraña afirmación por parte del responsable de uno de los rankings de mayor influencia a nivel mundial. ¿O será una especie de mea culpa? Lo que sí es claro es que el fenómeno que empezó en 2003 con la publicación del primer ranking internacional - el Academic World Ranking de Universidades, de la Universidad de Jiao Tong en Shanghai – ha salido del control.
Este último ranking se originó por una inquietud por parte de académicos en Shanghai de saber cómo la producción científica de su institución se comparaba con la de las universidades “de clase mundial”. Es decir, no les importaba saber sobre la calidad de la docencia de las demás universidades, ni de su impacto social, entre otras funciones universitarias.
No obstante, este modelo de medición, que equipara la calidad con la producción de artículos científicos y de premios Nobel, se ha impuesto como el estándar de oro, en parte porque son los únicos atributos de una universidad que son fácilmente medibles. De allí han surgido otros rankings, como el de la Universidad de Leiden y el Scimago Institutional Ranking (SIR), que miden exclusivamente la producción científica de las instituciones. Mientras tanto, otros como el Times y su competencia inglesa, Quacquarelli Symonds (QS), han agregado a la mezcla otros rubros, como el número de estudiantes por profesor y las respuestas a encuestas aplicadas a académicos o empleadores. Pero el resultado es lo mismo: una imagen sumamente parcial y sesgada de la universidad.
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Por eso lo sorprendente de las declaraciones recientes de Phil Baty, editor del Times Higher Education World University Rankings. En una serie de artículos publicados en mayo y junio en University World News, el también periodista critica el uso de su propio ranking como base para la formación de políticas públicas. Inclusive, cuestiona uno de los principios básicos que ha hecho de los rankings instrumentos altamente influyentes y rentables: la idea de que son capaces de reflejar la calidad de las instituciones de forma imparcial y definitiva.
En realidad, argumenta Baty, “ningún ranking de universidades puede ser exhaustivo ni objetivo”.
Parece una extraña afirmación por parte del responsable de uno de los rankings de mayor influencia a nivel mundial. ¿O será una especie de mea culpa? Lo que sí es claro es que el fenómeno que empezó en 2003 con la publicación del primer ranking internacional - el Academic World Ranking de Universidades, de la Universidad de Jiao Tong en Shanghai – ha salido del control.
Este último ranking se originó por una inquietud por parte de académicos en Shanghai de saber cómo la producción científica de su institución se comparaba con la de las universidades “de clase mundial”. Es decir, no les importaba saber sobre la calidad de la docencia de las demás universidades, ni de su impacto social, entre otras funciones universitarias.
No obstante, este modelo de medición, que equipara la calidad con la producción de artículos científicos y de premios Nobel, se ha impuesto como el estándar de oro, en parte porque son los únicos atributos de una universidad que son fácilmente medibles. De allí han surgido otros rankings, como el de la Universidad de Leiden y el Scimago Institutional Ranking (SIR), que miden exclusivamente la producción científica de las instituciones. Mientras tanto, otros como el Times y su competencia inglesa, Quacquarelli Symonds (QS), han agregado a la mezcla otros rubros, como el número de estudiantes por profesor y las respuestas a encuestas aplicadas a académicos o empleadores. Pero el resultado es lo mismo: una imagen sumamente parcial y sesgada de la universidad.
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