Eleazar Narváez
Tal Cual, 09/05/12
En medio de las circunstancias muy difíciles que hoy vivimos en Venezuela, las relaciones de la universidad autónoma con el Estado se caracterizan no sólo por ser altamente conflictivas, sino igualmente por estar acompañadas de un profundo escepticismo en cuanto a las posibilidades de diálogo y entendimiento efectivo entre la institución universitaria y los poderes públicos. Esto ha repercutido de manera negativa en el ejercicio de la autonomía y en la marcha en general de nuestras universidades. También, por distintos motivos, ha constituido un factor de gran frustración y atraso para el desarrollo del país. Al calor de esos conflictos, éste se ha perjudicado por la exclusión de dichas instituciones en la formulación, gestión y evaluación de las políticas públicas, entre otras razones.
Esa conflictividad se produce ante un gobierno que, en ausencia de un verdadero Estado de Derecho, ha intentado imponer un modo único de pensar, sentir y actuar en los diversos espacios de la sociedad. Como ya es del dominio público, nuestra institución universitaria, especialmente la que se rige por el principio de autonomía, no ha quedado al margen de esas pretensiones del régimen. Al tratársele como una enemiga política a la que es preciso desestabilizar y someter a cualquier precio, contra ella se han dirigido numerosos ataques. Diferentes han sido los expedientes utilizados por el Ejecutivo en esos embates: acorralamiento presupuestario, amparo a grupos violentos que actúan en la comunidad universitaria, manipulación del Poder Legislativo y del Poder Judicial para interferir y tratar de subordinar la vida universitaria a sus intereses políticos e ideológicos, además de presiones populistas en el orden académico, son una muestra representativa de esos procedimientos.
Es muy difícil que esos conflictos puedan solventarse adecuadamente en un marco institucional donde están debilitados los valores primordiales de la democracia y los poderes del Estado carecen de la debida independencia ante el Gobierno. En todo caso, hay algo que no deberíamos dejar de hacer los universitarios en la actualidad: tomar mayor conciencia de las consecuencias de esa conflictividad y divulgar más los daños ocasionados por la irresponsable actuación gubernamental. Ello es un elemento que, aunado a otros, es muy importante para incentivar la unidad y movilización en defensa de nuestras universidades.
Muy poco lograremos al respecto si insistimos más bien en realizar aseveraciones que a todas luces son incomprensibles y generan bastante confusión, cuando se dice, por ejemplo, que "la UCV es hoy más autónoma que nunca". ¡Como si los atropellos gubernamentales de los últimos años no hubieran lesionado severamente el ejercicio de la autonomía en esa casa de estudios! De cara a los cambios políticos que cabe esperar a partir del año 2013, después del probable triunfo de la Unidad Democrática el 7-O, lo ideal es que tengamos tensiones saludables en función de los desafíos y compromisos compartidos entre la Universidad, el Gobierno y el Estado. Que participemos en una relación de mutuo respeto donde los acuerdos y las respuestas a las diferencias se canalicen de un modo fructífero por medio del diálogo.
No obstante, no debemos soslayar que nuestras universidades también están obligadas a hacer lo suyo oportunamente es decir, repensarse al visualizar tal escenario.
Miremos hacia adelante, pero sin dejar de dirigir la mirada a lo que tenemos y a lo que necesitamos hacer con urgencia en cada una de esas instituciones educativas.
Esa conflictividad se produce ante un gobierno que, en ausencia de un verdadero Estado de Derecho, ha intentado imponer un modo único de pensar, sentir y actuar en los diversos espacios de la sociedad. Como ya es del dominio público, nuestra institución universitaria, especialmente la que se rige por el principio de autonomía, no ha quedado al margen de esas pretensiones del régimen. Al tratársele como una enemiga política a la que es preciso desestabilizar y someter a cualquier precio, contra ella se han dirigido numerosos ataques. Diferentes han sido los expedientes utilizados por el Ejecutivo en esos embates: acorralamiento presupuestario, amparo a grupos violentos que actúan en la comunidad universitaria, manipulación del Poder Legislativo y del Poder Judicial para interferir y tratar de subordinar la vida universitaria a sus intereses políticos e ideológicos, además de presiones populistas en el orden académico, son una muestra representativa de esos procedimientos.
Es muy difícil que esos conflictos puedan solventarse adecuadamente en un marco institucional donde están debilitados los valores primordiales de la democracia y los poderes del Estado carecen de la debida independencia ante el Gobierno. En todo caso, hay algo que no deberíamos dejar de hacer los universitarios en la actualidad: tomar mayor conciencia de las consecuencias de esa conflictividad y divulgar más los daños ocasionados por la irresponsable actuación gubernamental. Ello es un elemento que, aunado a otros, es muy importante para incentivar la unidad y movilización en defensa de nuestras universidades.
Muy poco lograremos al respecto si insistimos más bien en realizar aseveraciones que a todas luces son incomprensibles y generan bastante confusión, cuando se dice, por ejemplo, que "la UCV es hoy más autónoma que nunca". ¡Como si los atropellos gubernamentales de los últimos años no hubieran lesionado severamente el ejercicio de la autonomía en esa casa de estudios! De cara a los cambios políticos que cabe esperar a partir del año 2013, después del probable triunfo de la Unidad Democrática el 7-O, lo ideal es que tengamos tensiones saludables en función de los desafíos y compromisos compartidos entre la Universidad, el Gobierno y el Estado. Que participemos en una relación de mutuo respeto donde los acuerdos y las respuestas a las diferencias se canalicen de un modo fructífero por medio del diálogo.
No obstante, no debemos soslayar que nuestras universidades también están obligadas a hacer lo suyo oportunamente es decir, repensarse al visualizar tal escenario.
Miremos hacia adelante, pero sin dejar de dirigir la mirada a lo que tenemos y a lo que necesitamos hacer con urgencia en cada una de esas instituciones educativas.
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