sábado, 26 de mayo de 2012

Reinventar la Universidad

H.C.F. Mansilla
Polis, mayo 2012



La universidad latinoamericana, tanto la pública como la privada, ha cambiado mucho en los últimos años. Se percibe el sano intento de acercarse a las normas internacionales y a los parámetros actuales de excelencia. La mayoría de las universidades ha instaurado cursos de postgrado que poseen un encomiable nivel. Después de décadas de marasmo, algunas universidades estatales se esfuerzan ahora, por ejemplo, en el fomento de la investigación y hasta en la invención de aparatos técnicos. Sus aportes positivos en los campos de la ecología, la medicina y hasta las matemáticas aplicadas son indiscutibles.

Al mismo tiempo, sin embargo, notables baluartes del conservadurismo pueden ser detectados en muchas facultades latinoamericanas de ciencias sociales, jurídicas y humanísticas. (La crítica del presente texto va dirigida principalmente a aquellas de la región andina.) Independientemente de su línea doctrinaria la gente de la palabra y del pensamiento se inclina aun hoy por una retórica convencional, donde casi nunca faltan elementos nacionalistas, o mejor dicho, argumentos que imputan los males de la nación a factores foráneos. Dejando de lado algunas excepciones, el estilo literario sigue siendo celebratorio, ampuloso, patriotero y también impreciso y gelatinoso. Eso se percibe claramente en las nuevas modas de los estudios culturales, subalternos, postcoloniales y curiosas especies afines. Este estilo y los correspondientes productos publicados no dejan vislumbrar destellos de un enfoque crítico. Los intelectuales progresistas, por su parte, reiteran lugares comunes de la convención nacionalista-socialista: nunca perdieron una palabra sobre el autoritarismo reinante en el medio sindical y campesino o en el ámbito administrativo-burocrático y rara vez produjeron algo que haya sido discutido allende las fronteras de la nación respectiva.

Justamente en el terreno universitario uno puede ser partidario de las corrientes más revolucionarias y practicar al mismo tiempo los hábitos más convencionales. Entre los universitarios leer libros es visto como un castigo. Los estudiantes creen que la meta de su accionar no es la comprensión y asimilación más o menos autónomas de un texto o una tesis, sino la "satisfacción del docente". Es decir: los alumnos suponen que la estrategia exitosa es adivinar qué es lo que el profesor presuntamente quiere oír. Aquí reaparecen usanzas coloniales intactas bajo ropaje marxista. Las universidades – sobre todo las andinas – son instituciones que prolongan la instrucción secundaria y donde predominan la mentalidad de la escuela convencional, la enseñanza memorística y a menudo el aprendizaje de trucos y mañas. La universalidad del pensamiento y la apropiación de un espíritu crítico no preocupan a la mayoría de los universitarios, quienes adquieren destrezas técnicas y no métodos de investigación científica. Muchas universidades privadas perpetúan y consolidan esta situación: constituyen, en el fondo, escuelas secundarias superiores donde los alumnos pueden seguir carreras de moda con claros réditos comerciales. En el ámbito andino pocas universidades privadas ofrecen, por ejemplo, carreras en ciencias sociales y humanidades, y casi ninguna se preocupa por una genuina investigación científica.

En la esfera de las disciplinas sociales los intelectuales imitan con extraordinaria facilidad modas externas; tienen un genuino terror de aparecer como anticuados en sus lecturas o ideas. Cuanto más novedoso el autor europeo o la moda norteamericana en ciencias sociales, tanto más autoridad irradiará en universidades y cenáculos intelectuales, con prescindencia del contenido específico y sin preocuparse gran cosa si la nueva doctrina tiene valor heurístico para conocer algo de la realidad respectiva. Por ejemplo: los marxistas criollos han abrazado tendencias y conceptos postmodernistas con auténtica avidez, creando unas mixturas de difícil digestión. Aquí estamos paradójicamente anclados en las últimas décadas de la era colonial, cuando la "novelería" (la expresión usual a fines del siglo XVIII) era de rigor, pero sin tomar en serio los contenidos de las grandes doctrinas provenientes de lejanas tierras. Muchos pensadores de la izquierda han mostrado su carácter conservador-convencional al menospreciar la democracia moderna y al propugnar la restauración de modelos arcaicos de convivencia humana bajo el manto de una opción revolucionaria, como es, por ejemplo, el intento de recrear la justicia comunitaria o la democracia directa participativa que habría existido en la época precolombina.

América Latina ha cambiado mucho en los últimos tiempos, pero algunos aspectos de la llamada “cultura profunda” de estas tierras han permanecido relativamente incólumes: el desprecio colectivo por la cultura genuina, la literatura y los libros, el desdén por las esfuerzos científicos y teóricos, la indiferencia hacia los derechos de terceros, la admiración por la fortuna rápida, la envidia por la prosperidad ajena, la productividad laboral sustancialmente baja y la celebración de la negligencia y la indisciplina como si fuesen las características distintivas de una juventud espontánea y generosa.

En la praxis lo que ha resultado de todo esto puede ser descrito como una modernización imitativa de segunda clase que es vista como si fuese de primera. La consecuencia inevitable es una tecnofilia en el ámbito universitario: los latinoamericanos no han desarrollado la ciencia contemporánea ni generado los grandes inventos técnicos, y precisamente por ello tienen una opinión ingenua y casi mágica de todo lo relacionado con la tecnología. Casi todos los sectores sociales desdeñan la esfera del pensamiento crítico-científico con el mismo entusiasmo con que utilizan las técnicas importadas, sin reflexionar sobre las consecuencias a largo plazo de tal comportamiento.

Los funcionarios administrativos de las universidades públicas no están para apoyar y aligerar la docencia y la investigación. Por el contrario: defienden de manera cínica y transparente sus intereses gremiales. Pero los docentes y los estudiantes, que deberían estar consagrados a los dos principios rectores de esta institución en todo el mundo ─ la universalidad del pensamiento y la investigación científica ─ se dedican también a consolidar intereses grupales y particulares. Observando superficialmente el comportamiento de los universitarios uno podría ganar la impresión de que se trata de un sector social hondamente preocupado por los problemas del país respectivo, consagrado al debate de los dilemas nacionales y propenso a una conducta revolucionaria. Nada más alejado de la prosaica realidad. Se trata de un estamento que defiende con uñas y garras sus privilegios corporativos, y lo hace utilizando el procedimiento más convencional: intenta hacer pasar sus intereses particulares como si fuesen los intereses generales de la nación.
La constelación básica de los intelectuales es muy similar. Nuestros pensadores han renunciado a su rol legítimo, es decir al pensamiento crítico y a la investigación científica. En general no producen conocimiento en sentido estricto y son más bien cortesanos del poder, como los llamó Octavio Paz. Esta mención se refiere sobre todo a los cientistas sociales en el área andina que profesaban ideologías liberal-democráticas y que a partir de 2006 se plegaron sin muchos aspavientos a posiciones estatistas y populistas. La realidad es, como siempre, más compleja, y por ello estas aseveraciones deben ser consideradas sólo como aproximaciones imprecisas a una temática muy diferenciada. Pese a todo ello se puede decir que uno de los puntos débiles de estos intelectuales es la ética. Pero como esta virtud es claramente excelsa (es decir: demasiado alejada de los asuntos mundanos) y representa una carencia muy extendida en todas las clases sociales, tribus y regiones de América Latina, la falta de ella no era ni es un rasgo distintivo y característico de los intelectuales. Su oportunismo debe ser visto como una actitud pragmática que trata de utilizar el tiempo ─ el recurso más escaso en el mundo ─ en una forma razonable y comprensible. La sociedad, que comparte sus mismos valores, sabe entender y perdonar su comportamiento…
Variando un aforismo de Theodor W. Adorno, creo que la crítica profunda de la situación actual es el primer paso de la necesaria reforma del ámbito universitario y del estamento intelectual. Hay que modificar la mentalidad autoritaria, centralista y colectivista de las sociedades latinoamericanas, mentalidad que impregna poderosamente la cosmovisión y los valores de orientación de intelectuales y universitarios. No es una tarea imposible, pero representa un esfuerzo titánico y una obra cultural que tomará algunas generaciones en dar frutos. En contraposición a las creencias de marxistas y revolucionarios, no existen leyes "científicas" de la evolución histórica que nos prescriban un desarrollo obligatorio de los asuntos humanos. Y precisamente por ello hay todavía un espacio para la esperanza.
*Véase blog de Fernando Mires: Polis

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