lunes, 7 de mayo de 2012

Cuando todos seamos doctores y esnis tres

Luis Porter
LAISUM, México, 30/04/12

Hay algo que resulta confuso para muchos académicos y políticos que gobiernan la Academia. Se trata del problema de la democracia y el acceso a los más altos niveles educativos. Los políticos, que conscientes o no, siempre son positivistas, miden todo con porcentajes y cifras y se regodean con la infame palabra indicador. Desde hace unos cuantos sexenios, se adoptó el indicador primermundista de doctor, para medir la calidad de una institución o un individuo. Una importación muy equivocada en un país de licenciados, donde lo que hay que fortalecer es la licenciatura. Se invierte en becas, se invierte en grados, aunque no haya plazas para los que penosamente los obtienen. No importa, dicen los políticos, la cuestión es postergar los problemas, y cuando todos seamos doctores, veremos que hacemos.

El caso del Sistema Nacional de Investigadores puede ser diferente. Mientras los doctorados patito aun dentro de universidades serias, ocurren y se multiplican, el SNI por motivos propios de las limitaciones humanas, está destinado a los que son capaces de profundizar en el conocimiento por el camino de la educación formal. Ocurre lo mismo que en la música, aunque existan muchos instrumentos musicales, y todos puedan tener acceso a uno, no todos estarán dispuestos a estudiar, hacer escalas, y lograr las destrezas que requieren trabajar muy duro, practicar día con día, y comprometerse con la música.

De la misma manera, la sabiduría, como la guitarra, se encuentra al alcance de todos, no depende de clases sociales, ni de otra cosa más que de la capacidad de trabajo mental, reflexión y uso de la inteligencia que tenga un individuo. Por su parte, el sistema meritocrático, es decir, el que forma, transmite y mide el conocimiento por medio de títulos y diplomas, es un mundo diferente, restringido y selecto al que acceden pocos y terminan menos. El posgrado, como el SNI, forman parte de las instancias meritocráticas estructurales ya establecidas en nuestro medio académico, y tienen una estrecha vinculación con las evaluaciones externas de las que depende nuestro reconocimiento y estatus.

Tanto las instancias como las evaluaciones no surgieron, como debió ser, para congregar y apoyar a la planta académica y estimular su desarrollo y superación. Su creación fue resultado de consideraciones de tipo económico. Frente a la crisis de los ochenta, hubo que contener la fuga de cerebros por la pérdida del poder adquisitivo de los académicos e investigadores, y se pensó que la mejor manera sería creando mecanismos que permitieran saber quiénes merecían mayor salario y quiénes no. Que mala idea, ¿verdad? como si viviéramos en un país donde ese tipo de evaluación fuera parte de la cultura. No se pensó, para nada, en otorgar a estas instancias la amplitud de miras, el alcance y las funciones que deberían de tener.

Pensemos en un SNI más lógico, que coordinara y abriera oportunidades para nuestros proyectos, ubicándolos en el contexto de la interdiscplina y de la comunicación interinstitucional que requiere de ese tipo de promoción macro. Una dependencia que facilitara planear la carrera, coordinar perfiles, insertarnos en el ámbito internacional, centrar o guiar las características y orientación de nuestras investigaciones, planear nuestras etapas de vida para permitir la renovación y rejuvenecimiento de la planta académica, por medio de movilidad, retiros dignos, etapas congruentes con la edad del miembro, y un extenso etcétera.

Imaginemos al SNI como un centro de encuentro y de estudio, en donde haya espacios de trabajo de tal naturaleza que pudiéramos de una vez donar-trasladar nuestra biblioteca personal, para compartirla y compartir asimismo la de nuestros colegas. Pensemos en el SNI como un lugar donde queda plasmada nuestra trayectoria intelectual, como base de datos accesible a quien quiera saber quienes somos.

Una vez establecida nuestra trayectoria, la evaluación dejaría de ser una mera certificación burocratizada, basada en el número y peso de nuestro expediente. En su lugar sería posible hacer una valoración cualitativa, colegiada, de trayectorias de largo plazo, que incluya el necesario diálogo con el implicado y la consideración de la opinión de sus comunidades de referencia. Pasar de la evaluación cuantitativa a la valoración cualitativa significa alejarnos de la simulación y sus mentiras.

También sería necesario superar la histórica discriminación entre áreas del conocimiento, divididas en mil formas arbitrarias, comenzando con las duras o blandas, etc., para asumir los cambios en los paradigmas, la senectud del positivismo, etc. Una clarificación de este tipo rompería con los grupos de poder e impediría que ciertas visiones del conocimiento se impongan frente a otras. Esto cambiaría la manera en que se conforman las comisiones que valoran las obras, los hechos y las actuaciones concretas, de los que se someten a dichos procesos.

Lo anterior incluye superar la valoración individual para que se ejerza una valoración que toma en cuenta el hecho de que toda obra, todo hecho, toda actuación, es siempre el resultado de un proceso colectivo, aunque en ciertos momentos las presentemos a título individual; en el entendido que todo trabajo intelectual es el resultado de amplios procesos de conversación y reflexión conjunta, que ocurre en múltiples espacios y en diversidad de maneras. La valoración así vista se convertiría en un referente fundamental, similar a cuando le pedimos a un colega que lea nuestro borrador y nos dé su opinión, pues juega una función retroalimentadora que nos lleva a reflexionar sobre nuestro propio quehacer al considerar una o más miradas de fuera.

No se necesita un mundo utópico para lograr estos cambios, simplemente un mundo sano y normal. Es decir, un mundo muy diferente al que hoy vivimos.

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