lunes, 28 de noviembre de 2011

La autonomía de la Universidad

Jorge Cuesta
LAISUM, México, 26/11/11


ANÁLISIS DEL PROBLEMA

Quien considera la vida de la Universidad durante los últimos años, la ve esclavizada, es decir, ve los estudios desnaturalizados y defraudados por dos distintas exigencias que se disputan el prestigio y el usufructo de la cultura, aunque no la responsabilidad y el esfuerzo que significa: una política y otra económica; pero cuya naturaleza, no obstante, es la misma en los dos casos, ya que el espíritu de cada una de ellas es servirse de la cultura, convirtiéndola en el instrumento de un beneficio personal antes que reconocer y servir a la finalidad superior que le es propia. La corrupción de los estudios, en efecto, tan insistentemente invocada en los círculos universitarios como la justificación de una reforma de la Universidad, no puede ser justamente concebida de otro modo que como la preponderancia en el espíritu de estudiantes y profesores del interés personal sobre el ánimo desinteresado de la cultura. La representación común que se da de este acontecimiento es que se han distanciado entre sí o que se han puesto en desacuerdo los fines de la enseñanza y los fines de la sociedad, en virtud de lo cual se cree necesario reformar o la una o la otra, para lograr la armonía que devuelva a los estudios la perdida conciencia de su utilidad y aun la utilidad misma. Sin embargo, la realidad es que, sin tener un poder efectivo para llevar a cabo esa vaga y utópica reforma, cada quien está dispuesto a dar satisfacción en los estudios antes que a los fines que va a perseguir o que ya persigue su vida en el mundo económico o político, que a los que persiguen los estudios por sí mismos en la vida de la cultura; de tal modo que, forzados por el espíritu que desconoce su naturaleza, los estudios y la Universidad sólo se sienten cada vez más desprovistos de un sentido social absoluto o de "una filosofía", como muy exactamente se ha llegado a decir.

La descripción que se hace del hecho en la mayor parte de las ocasiones no tiene por objeto sino protegerlo y, por decirlo así, corroborar y ahondar más la corrupción de que se trata. Pero no creo que sea posible, después de la nueva ley universitaria y después del escándalo escolar a que se debió su expedición por el gobierno, que se retarde por más tiempo, despreciando esta oportunidad de hacerlo fructuosamente, el análisis del problema y la clara resolución de él.

La Universidad ha sido abandonada por el Estado, no sin un gesto patético muy significativo, "a sus propios fines", en compañía de unos recursos económicos tan exiguos que no alcanzan para pagar el precio de una vacilación costosa o de una nueva experiencia sin éxito; además de que pesa sobre la Universidad la amenaza de que, si fracasa en esta aventura, vuelva a recibir "sus fines" del espíritu más empeñado en desconocérselos. La Universidad, pues, cuenta sólo con unas cuantas horas y con unos cuantos recursos para decidir y establecer su existencia y, con ella, la de la cultura nacional; de un titubeo, no más, depende que cambie su existencia definitiva por su definitiva muerte.

Decimos que son dos las exigencias que han pesado sobre la Universidad para impedirle cumplir con "sus propios fines", una política y otra económica, las que en esencia son inseparables. Reconocido el hecho, se pretende, por cierto partido, para remediarlo, cambiar los fines de la Universidad y, en general, de la enseñanza, o, en otras palabras, cambiar su filosofía, mientras se pretende, por otro partido, con el mismo objeto, cambiar la filosofía o los fines de la sociedad. No nos detendremos a examinar la validez de estos proyectos revolucionarios y románticos, pues nos basta observar que, aun suponiendo que fuera posible la realización de cualquiera de ellos, la Universidad no va a tener ni tiempo ni capacidad para lograrla, ya que se trata nada menos que de cambiar la naturaleza de las cosas. Por otra parte, la Universidad reconocería pronto la insensatez de haberlo deseado, exponiéndose a un fracaso que estará sin duda al término de cualquiera de las dos experiencias, sólo por el hecho de que bastará un tropiezo para que la considere fracasada el ánimo político que espera disfrutarla, como un botín apenas se aflojen las manos que van a detentar su destino. No tiene la Universidad ocasión, pues, sino de reconocer "sus propios fines" y defenderlos de quienes están interesados en desvirtuarla y corromperla, además de que no es otra cosa lo que puede y debe realizar. Y reconocer "sus propios fines" y dedicarse a cumplirlos mostrará a los ojos de la nación tan vivamente esos fines, que es posible esperar que no pueda entonces falsificarlos ni ocultarlos quien lo desea en su personal beneficio político.
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