Eduardo Vásquez
Tal Cual, 12/05/11
Democracia es un término que se ha convertido en un fetiche de nuestro tiempo. Tiene su campo propio en la política.
Surgió en Occidente con las revoluciones americana y francesa. Se estableció, como origen de poder y de los gobernantes que lo ejercen, la voluntad de los hombres.
Se pensó que los hombres habían desplazado el origen divino de los gobernantes, y sustituido por la voluntad general. Esa voluntad de todos (o general) se basa en la igualdad humana. Todos los hombres son iguales, ninguno vale más que el otro ni tampoco menos. De este modo se hace una abstracción, esto es, se separa de los hombres lo que los distingue o diferencia y se estatuye una igualdad en un concepto producto de esa abstracción. Es como un corte realizado por el pensamiento por el que se dejan de lado las diferencias y se establece una igualdad universal, que deja de lado las diferencias. Pero estas diferencias no desaparecen, siguen actuando en la sociedad. Los hombres no son solamente desiguales por razón de la naturaleza en peso, tamaño y cuerpo. Son desiguales en su pensamiento, en sus deseos, en sus preferencias. Y esas desigualdades se agudizan más en la vida social. Pero podemos preguntarnos si esas diferencias y su acentuación se deben solamente a factores sociales, a factores económicos o de otra índole. Es difícil asegurarlo pues ellos se presentan aun en individuos de una misma clase o favorecidas por factores económicos.
Hay quienes están bien dotados para el deporte, otros para la música, para el arte, la literatura, el derecho, la ingeniería, etc.; tal vez esas desigualdades son fomentadas por los factores sociales, pero, creemos, no las crean.
Si uno quiere participar en una carrera de cien metros planos no lo hará si tiene pies planos, ni entrará en una academia de música quien carezca de voz, o sea sordo para los sonidos musicales. Hay cualidades que no se adquieren por mucho esfuerzo que hagamos. Ya se sabe que lo que la naturaleza no da, Salamanca no lo presta.
Políticamente, por el sufragio universal, la igualdad es necesaria e inobjetable, pero trasladarla a todos los sectores de la actividad social no es sólo infundado, sino producirá resultados catastróficos.
Es cierto que los mejor dotados no son los que dan mejores rendimientos. En el estudio desempeñan papeles fundamentales la vocación, la disciplina, la constancia y pasión por lo que se está haciendo. No es fácil calibrar cada uno de esos factores. Es más fácil medir o calcular los conocimientos adquiridos.
Pero el éxito o buen resultado en una carrera no se debe solamente a la capacidad de adquirir conocimientos.
Establecer, como criterio único, la igualdad democrática para ingresar a cualquier institución que imparte conocimientos o que suministra formación es un grave y costoso error tanto para las instituciones como para los presuntos beneficiados. Los Estados totalitarios siempre tienen la tendencia de imponerse sobre las actividades libres de los individuos. Al respecto, dice R. Aron: "Cuando un Estado o un partido pretenden imponer a la ciencia sus temas de estudio o las leyes de su actividad...
se trata entonces de la intervención ilegítima de una actividad política en la actividad de una colectividad espiritual o, en otros términos, de la raíz misma del totalitarismo".
Surgió en Occidente con las revoluciones americana y francesa. Se estableció, como origen de poder y de los gobernantes que lo ejercen, la voluntad de los hombres.
Se pensó que los hombres habían desplazado el origen divino de los gobernantes, y sustituido por la voluntad general. Esa voluntad de todos (o general) se basa en la igualdad humana. Todos los hombres son iguales, ninguno vale más que el otro ni tampoco menos. De este modo se hace una abstracción, esto es, se separa de los hombres lo que los distingue o diferencia y se estatuye una igualdad en un concepto producto de esa abstracción. Es como un corte realizado por el pensamiento por el que se dejan de lado las diferencias y se establece una igualdad universal, que deja de lado las diferencias. Pero estas diferencias no desaparecen, siguen actuando en la sociedad. Los hombres no son solamente desiguales por razón de la naturaleza en peso, tamaño y cuerpo. Son desiguales en su pensamiento, en sus deseos, en sus preferencias. Y esas desigualdades se agudizan más en la vida social. Pero podemos preguntarnos si esas diferencias y su acentuación se deben solamente a factores sociales, a factores económicos o de otra índole. Es difícil asegurarlo pues ellos se presentan aun en individuos de una misma clase o favorecidas por factores económicos.
Hay quienes están bien dotados para el deporte, otros para la música, para el arte, la literatura, el derecho, la ingeniería, etc.; tal vez esas desigualdades son fomentadas por los factores sociales, pero, creemos, no las crean.
Si uno quiere participar en una carrera de cien metros planos no lo hará si tiene pies planos, ni entrará en una academia de música quien carezca de voz, o sea sordo para los sonidos musicales. Hay cualidades que no se adquieren por mucho esfuerzo que hagamos. Ya se sabe que lo que la naturaleza no da, Salamanca no lo presta.
Políticamente, por el sufragio universal, la igualdad es necesaria e inobjetable, pero trasladarla a todos los sectores de la actividad social no es sólo infundado, sino producirá resultados catastróficos.
Es cierto que los mejor dotados no son los que dan mejores rendimientos. En el estudio desempeñan papeles fundamentales la vocación, la disciplina, la constancia y pasión por lo que se está haciendo. No es fácil calibrar cada uno de esos factores. Es más fácil medir o calcular los conocimientos adquiridos.
Pero el éxito o buen resultado en una carrera no se debe solamente a la capacidad de adquirir conocimientos.
Establecer, como criterio único, la igualdad democrática para ingresar a cualquier institución que imparte conocimientos o que suministra formación es un grave y costoso error tanto para las instituciones como para los presuntos beneficiados. Los Estados totalitarios siempre tienen la tendencia de imponerse sobre las actividades libres de los individuos. Al respecto, dice R. Aron: "Cuando un Estado o un partido pretenden imponer a la ciencia sus temas de estudio o las leyes de su actividad...
se trata entonces de la intervención ilegítima de una actividad política en la actividad de una colectividad espiritual o, en otros términos, de la raíz misma del totalitarismo".
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