jueves, 12 de mayo de 2011

Educar o deformar

Ricardo Gil Otaiza
El Universal, 12/05/11
A veces pienso que como docentes universitarios terminamos extinguiendo en nuestros muchachos su espíritu juvenil. Una vez que están próximos a graduarse me percato que en muchos de los estudiantes ya no hallo la sonrisa esperanzada y la mirada iluminada de años atrás. ¿Qué pasó durante esos cinco años de formación académica? Muchas cosas, a veces inverosímiles. De manera deliberada (y en aras de una cuadratura curricular) vamos cortando las alas al intelecto, a la creatividad; a esa muy particular manera que tienen la mayoría de los jóvenes de ver su mundo de relaciones. Poco a poco les vamos aplicando camisas de fuerza que cercenan el espíritu crítico y abierto al mundo que caracteriza las edades tempranas, para sembrarse imposturas, dogmas y prejuicios que merman toda posibilidad de acercarse a los fenómenos —y a la vida misma— sin más caretas que nuestro mismo y auténtico rostro.

Sabedores los docentes que tenemos en nuestras manos el poder de la nota (el dedo de Dios), imponemos criterios, razones y justificaciones que muchas veces están en contraposición con el espíritu de universalidad que deberá prevalecer en los recintos educativos. Sin más, forzamos escenarios antinómicos con el único fin de posicionarnos de nuestra cátedra, olvidándonos de entrada que como profesores estamos obligados a azuzar en nuestros muchachos una mentalidad reflexiva, de cara al planeta, que busque relacionar saberes que sean útiles, no sólo a los fines de las cuatro paredes de la universidad, sino de la existencia misma. En lugar de estimular en nuestros muchachos el sentido de lo multifactorial de una realidad que se nos hace compleja y ambivalente, buscamos desesperadamente llevarlos por el redil de nuestro criterio a todas luces unívoco, unilateral y sesgado, creyendo que con tal actitud los estamos preparando para enfrentar la dura experiencia del existir. ¡Nada más alejado de la verdad! 

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