Tereixa Constela
El País, 26/05/11
Si hubiese sido zapatero, habría pugnado por ser el mejor. Proclamaba que de lo único que alguien puede "envanecerse" es del trabajo. Por fortuna, Gregorio Marañón (Madrid, 1887-1960) se hizo médico y se empleó con ahínco en la cura de lo individual y lo colectivo. Atendía por igual pacientes privados con posibles y necesitados de lo imposible, investigó sobre endocrinología y sexualidad, y esbozó un discurso de la sanidad como herramienta para erradicar la miseria y cortejar el progreso. Marañón fue uno de aquellos prohombres que dio el siglo XX a los que les interesó la política, les preocupó la sociedad y les deslumbró la ciencia. Un hijo de la generación del 14.
Figura poliédrica para un tiempo convulso: una combinación irresistible para un historiador. A Antonio López Vega, profesor de Historia Contemporánea de la Universidad Complutense, le atrajo esa mezcla de compromiso social y afán científico. Marañón es la antítesis del investigador enclaustrado tras la soledad de su proyecto: prueba de ello es su preocupación por el malvivir en Las Hurdes o la epidemia de la gripe española de 1918 que se cobró más de 50 millones de vidas en el mundo. "Es hombre de ciencia que asume un protagonismo extraordinario como intelectual en la vida pública".
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