Rigoberto Lanz
El Nacional, 20/03/11
Nada es más sospechoso que los consensos de todos los discursos oficiales en torno a la "pertinencia" de cualquier cosa. En verdad lo que se quiere decir con ello es que esas cosas sean "políticamente correctas", que sean "lógicas", que sean sensatas, que sirvan al bien, al desarrollo, al progreso... Usted sabe el resto.
En el terreno del pensamiento, semejante esquema resulta siempre una catástrofe: porque es usado para funcionarizar la crítica, para silenciar la disidencia, para marginar lo que a primera vista no cuadra con lo "normal". En la vida académica este cuento de la "pertinencia" es especialmente letal; de él se sirven los burócratas para justificar el marasmo reinante, para desvalorizar todo aquello que no sea "útil", para entronizar el chato pragmatismo que viene encapsulado en letanías como "la universidad gradúa los profesionales que necesita el país".
La crítica formulada por el amigo Esteban Emilio Mosonyi a la reforma de la Locti (publicado en este espacio) va justamente en esta línea. Con el cuento de la "pertinencia" unos burócratas distraídos se colocan en una concepción anacrónica de la ciencia que habíamos sepultado, por ejemplo, en la plataforma epistemológica y política de la Misión Ciencia.
Para que quede claro que ello no es una casualidad, en diferentes ámbitos institucionales muy sensibles también se reproduce esta concepción reaccionaria de la tecno-ciencia. Lo vemos a cada rato en las vocerías mediáticas de la derecha y de la izquierda. Son los mismos adulantes del "progreso", del "desarrollo" y del "crecimiento".
También ronda este fantasma en las discusiones sobre el tema universitario, sea para condicionar la idea de autonomía (lo cual es un error teórico y político), sea para remachar una visión pragmática de la universidad profesionalizante (lo cual es una catástrofe a la hora de prefigurar la universidad que queremos) Cuando un burócrata pronuncia el término "pertinente" lo que en verdad se está expresando es una escatología de lo "útil", de lo "concreto", de "las necesidades del país" y un chorizo de necedades del mismo estilo.
Como lo he sostenido en todos los ambientes en donde discutimos el tema universitario, no se va muy lejos con una idea de la universidad que se resigna de entrada a la "formación de profesionales" ("útiles" o inútiles lo mismo da). Hay que colocarse en otro terreno para poder visualizar una alternativa verdaderamente distinta de la universidad que viene.
Lo plantearon de una manera ejemplar en estos días los colegas que participaron en el Foro Mundial por la Transformación Universitaria organizado por el Ministerio de Educación Universitaria. Los criterios de pertinencia tienen que ser otros, la organización de ese espacio tiene que cambiar radicalmente, el sentido de su quehacer tiene que ser reinventado. La amiga Yadira Córdova (ministra de Educación Universitaria) planteó de manera enfática el tema de la transformación universitaria como un eje prioritario para el que contribuyen las políticas públicas e instrumentos normativos como la LEU.
La universidad del futuro pasa por la plena asunción de las comunidades intelectuales que habitan sus espacios. Allí hay que garantizar de verdad que el cultivo del espíritu, la recreación estética, el debate permanente de los grandes problemas de la humanidad, el cultivo de la dimensión poética de la vida y toda esta constelación de intangibles que hacen a la emergencia de una nueva subjetividad (una nueva ciudadanía), tengan una visibilidad plena en todo el quehacer universitario (al lado de las labores instrumentales de formación socio-técnica que son hoy día casi las únicas actividades que justifican la "universidad con fronteras").
Lo sustancialmente pertinente en este proceso es salir del marasmo de la modernidad educativa. Creo que la universidad por sí sola no puede con este desafío. Pero creo, así mismo, que desde la arrogancia de la burocracia política tampoco vamos a ningún lado.
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