Trino Máquez
El Universal, 25/04/11
Desde los inicios del régimen actual se produce un ataque sistemático a las profesiones. Las primeras víctimas fueron las universidades públicas autónomas. El 28 de marzo de 2001 un grupo violento apoyado por el Gobierno -que luego adoptaría el nombre de 28-M para conmemorar esa fecha- toma la sede del Consejo Universitario de la UCV, donde causa destrozos en instalaciones que son patrimonio cultural de la humanidad e hieren a personas indefensas. Los terroristas fueron desalojados por la comunidad universitaria dos meses después. La imposibilidad de tomar por asalto o ganar elecciones en las universidades autónomas, lleva al Ejecutivo a iniciar la creación de las universidades bolivarianas, donde el rigor intelectual y el aprendizaje de destrezas y habilidades propias de toda profesión, quedan subordinadas a la formación de cuadros ideológicos, según la vieja tradición comunista.
El allanamiento a las universidades autónomas es seguido por la descalificación y exclusión de los médicos venezolanos cuando el Ejecutivo decide instrumentar Barrio Adentro. Luego, el Instituto Nacional de Capacitación Educativa (INCE) se transforma en INCES (Instituto Nacional de Capacitación y Educación Socialista), con lo cual aquel deja de ser un centro de formación técnica y profesional, apoyo del desarrollo nacional, para convertirse en un núcleo de respaldo a la revolución.
El ataque persistente a las profesiones civiles, liberales, se combina con el asedio a la Fuerza Armada en cuanto "institución esencialmente profesional, sin militancia política, organizada por el Estado para garantizar la independencia y soberanía de la Nación ... ", artículo 328 de la Constitución. La última embestida fue la reforma de la Ley Orgánica de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana, que en el artículo 66 propone la creación de los oficiales de milicia. Además de concebir la sociedad como un cuartel y fortalecer una guardia pretoriana similar a la financiada por Gadafi en Libia; esa modificación se orienta a degradar la profesión militar. Establece una analogía inaceptable entre los oficiales de carrera -sometidos a la disciplina, entrenamiento y capacitación, propias de un cuerpo élite con una larga tradición- y miembros extraños que no han recibido esa formación en ningún establecimiento militar especializado. La reforma no es inocente. Pretende convertir la milicia en un órgano incondicional de Miraflores, situado al margen del compromiso con la democracia propio de la Fuerza Armada regular en una nación moderna.
El hostigamiento a las profesiones también se manifiesta de forma dramática en lo que ocurre en Pdvsa y en todo el sector eléctrico. La caída de la producción petrolera, los accidentes cada vez más frecuentes y letales, los problemas en la generación y distribución del fluido eléctrico, muestran cómo esos sectores fundamentales para la vida nacional, son administrados y gerenciados por personas que no reúnen las capacidades profesionales requeridas para conducir industrias complejas como esas. Lo mismo puede decirse de la zona industrial de Guayana, quebrada -entre otras razones- por la improvisación y falta de profesionalismo del personal que conduce a las empresas regionales.
El socialismo del siglo XXI, fiel a la tradición que surge con la utopía marxista de La ideología alemana y los Manuscritos Económicos y Filosóficos de 1844, margina el conocimiento especializado y las profesiones que le son propias. Ignora, como -siguiendo a Adam Smith- sí lo reconoce el Marx maduro de El Capital, que la sociedad moderna avanza a grandes trancos luego de que el trabajo va haciéndose cada vez más especializado, más científico y más profesional. En este punto se produce un deslinde claro y definitivo entre la antigua sociedad feudal atrasada, donde los artesanos se ocupaban de todas las fases del proceso productivo, y la moderna sociedad burguesa en la cual a cada individuo y grupo se le asigna una labor y una especialidad dentro de la totalidad.
Como el Presidente nunca ha leído El Capital, según su propia confesión, cree que ser socialista significa que todo el mundo haga de todo y al mismo tiempo (por supuesto que esto no lo incluye, pues él siempre será el Presidente). Nada de profesiones, nada de especializaciones, nada de jerarquías. Los resultados de semejante confusión mental están a la vista: en la revolución bolivariana todo funciona mal. Reina el caos, la incompetencia. Solo el desorden es eficaz.
El allanamiento a las universidades autónomas es seguido por la descalificación y exclusión de los médicos venezolanos cuando el Ejecutivo decide instrumentar Barrio Adentro. Luego, el Instituto Nacional de Capacitación Educativa (INCE) se transforma en INCES (Instituto Nacional de Capacitación y Educación Socialista), con lo cual aquel deja de ser un centro de formación técnica y profesional, apoyo del desarrollo nacional, para convertirse en un núcleo de respaldo a la revolución.
El ataque persistente a las profesiones civiles, liberales, se combina con el asedio a la Fuerza Armada en cuanto "institución esencialmente profesional, sin militancia política, organizada por el Estado para garantizar la independencia y soberanía de la Nación ... ", artículo 328 de la Constitución. La última embestida fue la reforma de la Ley Orgánica de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana, que en el artículo 66 propone la creación de los oficiales de milicia. Además de concebir la sociedad como un cuartel y fortalecer una guardia pretoriana similar a la financiada por Gadafi en Libia; esa modificación se orienta a degradar la profesión militar. Establece una analogía inaceptable entre los oficiales de carrera -sometidos a la disciplina, entrenamiento y capacitación, propias de un cuerpo élite con una larga tradición- y miembros extraños que no han recibido esa formación en ningún establecimiento militar especializado. La reforma no es inocente. Pretende convertir la milicia en un órgano incondicional de Miraflores, situado al margen del compromiso con la democracia propio de la Fuerza Armada regular en una nación moderna.
El hostigamiento a las profesiones también se manifiesta de forma dramática en lo que ocurre en Pdvsa y en todo el sector eléctrico. La caída de la producción petrolera, los accidentes cada vez más frecuentes y letales, los problemas en la generación y distribución del fluido eléctrico, muestran cómo esos sectores fundamentales para la vida nacional, son administrados y gerenciados por personas que no reúnen las capacidades profesionales requeridas para conducir industrias complejas como esas. Lo mismo puede decirse de la zona industrial de Guayana, quebrada -entre otras razones- por la improvisación y falta de profesionalismo del personal que conduce a las empresas regionales.
El socialismo del siglo XXI, fiel a la tradición que surge con la utopía marxista de La ideología alemana y los Manuscritos Económicos y Filosóficos de 1844, margina el conocimiento especializado y las profesiones que le son propias. Ignora, como -siguiendo a Adam Smith- sí lo reconoce el Marx maduro de El Capital, que la sociedad moderna avanza a grandes trancos luego de que el trabajo va haciéndose cada vez más especializado, más científico y más profesional. En este punto se produce un deslinde claro y definitivo entre la antigua sociedad feudal atrasada, donde los artesanos se ocupaban de todas las fases del proceso productivo, y la moderna sociedad burguesa en la cual a cada individuo y grupo se le asigna una labor y una especialidad dentro de la totalidad.
Como el Presidente nunca ha leído El Capital, según su propia confesión, cree que ser socialista significa que todo el mundo haga de todo y al mismo tiempo (por supuesto que esto no lo incluye, pues él siempre será el Presidente). Nada de profesiones, nada de especializaciones, nada de jerarquías. Los resultados de semejante confusión mental están a la vista: en la revolución bolivariana todo funciona mal. Reina el caos, la incompetencia. Solo el desorden es eficaz.
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