lunes, 11 de abril de 2011

Universidad: cambiarlo todo

Rigoberto Lanz
El Nacional, 27/03/11
Los reformistas de siempre tienen sus propias mañas para escamotear las transformaciones de fondo con el buen argumento de que los cambios no son para mañana, que es preciso ir poco a poco, que "la gente no está preparada", que gradualmente llegaremos a la revolución. Esta trucología está desparramada en todos los ámbitos de la sociedad. Desde luego, también la encontramos en el seno de las universidades.

Cuando planteamos la necesidad de asumir las transformaciones en clave de cambios radicales no quiere ello decir que debemos partir de cero, que todo lo dado está perdido, que hay que hacer "borrón y cuenta nueva". Desde luego, hay en todas las áreas de la vida social un acumulado histórico que debe potenciarse. Ese espesor cultural lo damos por sabido. Allí no está el problema. La cuestión es colocarse en el dilema esencial de la conservación de lo dado o su transformación verdadera. No se trata de despreciar los pequeños cambios en nombre de los grandes acontecimientos. Tampoco se trata de subestimar el papel de las reformas o las modificaciones parciales. De lo que sí se trata es de poder caracterizar cuáles son los límites sustanciales de cada ámbito de la realidad, es decir, qué hace la diferencia entre lo dado ­la universidad realmente existente­ y lo que se proyecta como cambio radical (la universidad que queremos). En ese contexto, entonces sí podemos valorar el papel de este o aquel cambio, la significación de las pequeñas mutaciones que se van encadenando "disipativamente" (Prigogine).

La clave en estos procesos de gestión del cambio es encontrar los horizontes de sentido que conectan ­subterráneamente­ las diferentes experiencias que se van suscitando en todos lados: sin comando central, sin ninguna estrategia maestra urdida por el partido tal o cual, sin ninguna "planificación". El desafío mayor consiste justamente en lograr los dispositivos de intersección de esas experiencias dispersas y desiguales, pues en la medida en que cada iniciativa de cambio se agota en los límites de su territorio acotado, en esa medida el statu quo se reproduce impunemente, los esfuerzos se traducen en desgaste y la frustración se instala.

No hay ninguna fórmula previa que asegure el destino exitoso de los pequeños cambios encadenados en "la gran transformación". Se trata por ello de apostar permanentemente a una recursividad de esos procesos en los que cada quien parece actuar por su cuenta, sin concertación previa y con pocos mecanismos de articulación a la mano.

La universidad es un complejo entramado de discursos, prácticas y aparatos que demanda una combinación de miradas muy exigente: manejo específico de cada ámbito y contextos inclusivos a escala mundial, comprensión del presente en los espacios discretos y manejo de sus nexos en todas sus variantes. Los cambios de esa singular realidad no pueden transplantarse mecánicamente de un lado a otro por efecto de la pura voluntad. Es muy fácil que la energía que se pone en movimiento para impulsar una transformación se agote ante las adversidades, los intereses en juego y las típicas resistencias que vienen de todas partes.

La ventaja en esta coyuntura es tal vez que no se encuentra ninguna área de la que pueda decirse: "Esto está bien como está". En verdad, todo debe ser cambiado. Todo está en juego. Es preciso interrogarse sobre cada componente de este espacio y formular una reconstrucción crítica que desemboque en la emergencia de una nueva realidad. Es allí donde cobra su máxima significación político-intelectual el esfuerzo por dotarse de unas reglas de juego cónsonas con el presente, es decir, un marco normativo que esté en diálogo con los procesos de transformación de la sociedad misma.

Para ello la discusión abierta y franca es esencial. Hay grandes desacuerdos, eso es normal. Que también haya convergencias es lo que debemos buscar.

Ese es el camino más empinado... pero es el camino.

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