lunes, 24 de octubre de 2011

El lado oscuro de la evaluación y acreditación

Angélica Buendía
LAISUM, México, 22/10/11

Simulación, falta de credibilidad y burocratización

Las políticas públicas que orientan la educación superior en México han encontrado en la evaluación su eje rector. Hoy se cuenta con un complejo diseño institucional para operar tales procesos en distintos niveles y para diferentes actores de la educación superior. La evaluación y acreditación de los programas académicos que ofrecen las Instituciones de Educación Superior (IES), se ha constituido como una de las actividades más dinámicas en la compleja tarea de verificarlo todo, pues ello representa para las políticas educativas la única forma de mantenerse en la lógica de los modelos de gestión que promueven “la mejora continua y el aseguramiento de la calidad, asociados a la rendición de cuentas”.

La evaluación y acreditación de los programas inició con la creación, en 1991, de los Comités Interinstitucionales para la Evaluación de la Educación Superior (CIEES). Más tarde, en el año 2000, se creó el Consejo para la Acreditación de la Educación Superior (COPAES), instancia que otorga el reconocimiento a los organismos acreditadores. Dos décadas después se habla de miles de programas evaluados y/o acreditados.

Aunque se ha señalado que durante un buen tiempo las IES, principalmente el subsector de las universidades públicas, mostraban cierta resistencia a la evaluación y acreditación, con el paso de los años y un “ganchito” (el financiamiento extraordinario), las cosas han cambiado o al menos eso parece estar ocurriendo. Basta seguir las noticias sobre los programas académicos que obtienen el nivel uno de los CIEES o que son acreditados por algún organismo reconocido por el COPAES, para apreciar el grado de aceptación que tienen y el valor que hoy se les otorga. En tal contexto, hablar de evaluación y acreditación pareciera ser equivalente inequívoco de garantía de calidad y excelencia.

Las noticias sobre los resultados obtenidos en tales procesos de evaluación y acreditación se difunden “con bombo y platillo” tanto por las instituciones como por los propios organismos evaluadores y/o acreditadores, pues ello les permite preservar y ampliar su legitimidad. Generalmente se trata de eventos que alcanzan tal nivel de solemnidad que comienzan a parecerse a los actos de entrega de algún tipo de reconocimiento al mérito universitario. Ello les va proporcionando un alto valor simbólico que busca reforzar el prestigio y la reputación de la institución y sus programas académicos, además de permitirles competir en mejores condiciones por los recursos a concurso disponibles. (Véase, por ejemplo, la nota de esta liga).

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