José Carlos Bermejo Barrera
LAISUM, México, 17/10/11
Si tuviésemos que acuñar un lema que pueda describir a la sociedad española actual, podríamos pedir prestado a Chris Hedges el título del libro con el que ganó el Premio Pulitzer del año 2009: El imperio de la ilusión. El fin de la cultura y el triunfo del espectáculo (Hedges, 2009), puesto que en muchos aspectos las sociedades española y americana, que al fin y al cabo no son más que dos partes del complejo mundo del capitalismo global, son semejantes en muchos aspectos.
La sociedad española del año 2011 está fuertemente condicionada, en efecto, por la existencia de una auténtica red de desinformación construida por los grandes medios de comunicación, tal y como ha analizado Max Otte (Otte, 2010), que no necesitan necesariamente mentir de un modo palmario o dar noticias falsas, sino construir una estructura de la información en la que el mejor modo de ejercer el control es administrar las correspondientes dosis de silencio a todas aquellas noticias o personas cuya presencia o cuya existencia pudiese poner en peligro el discurso que se plasma en los medios de comunicación impresos, digitales o audiovisuales.
Esa estructura informativa se articula, según Hedges, en cinco ilusiones o apariencias: la apariencia de la cultura, la apariencia del amor, la apariencia del saber, la apariencia de la felicidad y la apariencia de la nación. Todas ellas se basan en la creación y difusión masiva de imágenes, eslóganes y patrones discursivos que tienen dos propósitos fundamentales: dar la sensación de que agotan el mundo y describen la realidad, y silenciar y apagar cualquier posibilidad de debate real, de discusión o de disidencia.
En el imperio de la ilusión, uno de cuyos elementos en España es el llamado “proceso de Bolonia”, al que C. Hedges llamaría la “ilusión de la sabiduría”, son fundamentales los componentes siguientes. En primer lugar, conquistar el control absoluto de los mecanismos de generación de la información en un mundo en que se supone que existe el libre mercado, y la libertad de opinión, expresión y prensa. En segundo lugar, acuñar eslóganes vacíos que parezcan esconder la clave más profunda del acceso a la realidad, pero que de hecho no son más que mera propaganda, diseñada por expertos en marketing, ya sea comercial, político o cultural. En tercer lugar, empobrecer el lenguaje mediante la reducción del vocabulario, la simplificación de las formas de razonamiento y la anulación de la capacidad de reflexión y diálogo. En cuarto lugar, crear un sistema de metáforas que permitan describir ese mundo de apariencias, y en esas metáforas en España desempeña un papel esencial el fútbol, cuya presencia en los medios de comunicación es desproporcionada, ya sea en el tiempo que ocupa en los informativos generales de radio o televisión, o en las páginas de la prensa no deportiva, y que se ha convertido en la forma básica del pensamiento de la que políticos e intelectuales extraen gran parte de sus símiles cuando pretenden explicar una verdad profunda. Y por último, crear un espacio cerrado de silencio, al que se condena a todas aquellas personas, acontecimientos y realidades cuya sola presencia pudiese poner en peligro el imperio de la ilusión, puesto que su mera existencia podría resultar hiriente, en tanto que no se pueda justificar, ni muchos menos explicar.
La sociedad española del año 2011 está fuertemente condicionada, en efecto, por la existencia de una auténtica red de desinformación construida por los grandes medios de comunicación, tal y como ha analizado Max Otte (Otte, 2010), que no necesitan necesariamente mentir de un modo palmario o dar noticias falsas, sino construir una estructura de la información en la que el mejor modo de ejercer el control es administrar las correspondientes dosis de silencio a todas aquellas noticias o personas cuya presencia o cuya existencia pudiese poner en peligro el discurso que se plasma en los medios de comunicación impresos, digitales o audiovisuales.
Esa estructura informativa se articula, según Hedges, en cinco ilusiones o apariencias: la apariencia de la cultura, la apariencia del amor, la apariencia del saber, la apariencia de la felicidad y la apariencia de la nación. Todas ellas se basan en la creación y difusión masiva de imágenes, eslóganes y patrones discursivos que tienen dos propósitos fundamentales: dar la sensación de que agotan el mundo y describen la realidad, y silenciar y apagar cualquier posibilidad de debate real, de discusión o de disidencia.
En el imperio de la ilusión, uno de cuyos elementos en España es el llamado “proceso de Bolonia”, al que C. Hedges llamaría la “ilusión de la sabiduría”, son fundamentales los componentes siguientes. En primer lugar, conquistar el control absoluto de los mecanismos de generación de la información en un mundo en que se supone que existe el libre mercado, y la libertad de opinión, expresión y prensa. En segundo lugar, acuñar eslóganes vacíos que parezcan esconder la clave más profunda del acceso a la realidad, pero que de hecho no son más que mera propaganda, diseñada por expertos en marketing, ya sea comercial, político o cultural. En tercer lugar, empobrecer el lenguaje mediante la reducción del vocabulario, la simplificación de las formas de razonamiento y la anulación de la capacidad de reflexión y diálogo. En cuarto lugar, crear un sistema de metáforas que permitan describir ese mundo de apariencias, y en esas metáforas en España desempeña un papel esencial el fútbol, cuya presencia en los medios de comunicación es desproporcionada, ya sea en el tiempo que ocupa en los informativos generales de radio o televisión, o en las páginas de la prensa no deportiva, y que se ha convertido en la forma básica del pensamiento de la que políticos e intelectuales extraen gran parte de sus símiles cuando pretenden explicar una verdad profunda. Y por último, crear un espacio cerrado de silencio, al que se condena a todas aquellas personas, acontecimientos y realidades cuya sola presencia pudiese poner en peligro el imperio de la ilusión, puesto que su mera existencia podría resultar hiriente, en tanto que no se pueda justificar, ni muchos menos explicar.
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