Eleazar Narváez
Tal como lo he expresado en otras oportunidades, pensar la autonomía universitaria es conocer mejor la universidad como ámbito donde, a contracorriente de la idea de un mundo uniformado, conviven múltiples corrientes del saber y se dan las condiciones necesarias y suficientes para el ejercicio de la libertad, es decir, para que se garantice la capacidad de conjugar conocimiento, imaginación y decisión en el campo de lo posible: en su vida académica; en la elección de sus autoridades; en la escogencia de su personal; en el cuestionamiento a sí misma y a todo lo que le concierna; en sus normas de gobierno, funcionamiento y administración de su patrimonio; y en la proposición de soluciones y alternativas de cambio que el país requiera.
Esa idea de universidad que reivindicamos, cuando hablamos de pensar la autonomía, en modo alguno tiene algo que ver con aquella que se pretende poner al servicio del denominado socialismo bolivariano con la Ley de Educación Universitaria, la cual ha sido llamada la universidad verdadera por el Presidente y los demás voceros del actual régimen.
Al contrario, nos referimos a la universidad que asume con firmeza el ejercicio de su autonomía, en libertad y democracia, sin claudicar ante quienes pretenden supeditarla a las orientaciones de un determinado proyecto político que es ajeno a los elevados objetivos que dicha institución está llamada a cumplir. Es la universidad que, además de la libertad académica, exige y necesita la libertad incondicional de cuestionamiento, de proposición y de construcción, y más aun si cabe, como dice Jacques Derrida, “...el derecho de decir públicamente todo lo que exigen una investigación, un saber y un pensamiento de la verdad”.
Esa universidad digna es, a todas luces, incompatible con la idea de un mundo uniformado propia de un proyecto político que busca la esclavización del pensamiento, a fin de implantar la unicidad en todos los espacios de nuestra sociedad. Es contraria, radicalmente antagónica, al propósito de quienes, empeñados en convertirla en una especie de agencia gubernamental, persiguen establecer una hegemonía comunicacional dirigida a consolidar una supuesta revolución cuyas bondades sólo existen en las mentes de sus líderes.
Ciertamente la universidad digna es aquella que, comprometida con la defensa y el fortalecimiento de la capacidad de pensar críticamente, no acepta por ningún motivo imposiciones que distorsionen su misión primordial; o que se le intente reducir o someter a cualquiera determinación o mitificación para minusvalorarla, vale decir, para vulnerar o anular su legítimo derecho de exigir que se le juzgue por sus méritos y deméritos, por su valor, por lo que realmente es y hace como institución.
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