Orlando Albornoz
El Nacional, 08/12/10
El Nacional, 08/12/10
Durante años he interpretado como útil y necesario que nuestra academia operase según el criterio de la heterologación, pero las tendencias actuales refuerzan el error de origen de 1958 cuando se instaló la homologación en el pago de los sueldos y salarios de la academia, mediante la entonces útil fórmula del escalafón, obsoleto desde hace ya varios años.
El PPI era una manifestación de heterologación, creado en 1990 para promover la investigación académica. Ha sido un programa exitoso, pues creó en nuestra sociedad la profesión de investigador, del mismo modo que en 1958 se creó en sí misma la profesión académica.
En dos décadas 1990 a 2010 el programa sometió a evaluación la capacidad de nuestros académicos, una producción no necesariamente articulada con las necesidades de la sociedad, pero con una riqueza y un potencial extraordinario.
Ha faltado entonces el programa correlativo, que abriese las posibilidades para que ese conocimiento fuese adaptado a la correa de transferencia tecnológica, la misma que ha estado abierta al conocimiento generado en el exterior, que no en el país.
En lo personal, deploro la inercia o desaparición del PPI.
Soy lo que alguien pudiera llamar un miembro distinguido del programa, pues ostento la categoría de investigador emérito una mínima proporción del total de investigadores acreditados, 6.829, y que representa sólo 0,4%. Pero, aparte de tal honra, ha terminado significando poco o nada para mi trabajo, como recurso. Recibo apenas un ingreso muy modesto, equivalente a un salario mínimo, al mes, pero de momento han dejado de cancelar los proventos a partir del segundo trimestre del año.
Albergué la secreta esperanza, más bien, de cómo el PPI criollo siguiese los pasos de su hermano mayor, el SNI mexicano, que otorga a los investigadores de mi categoría el equivalente a 14 salarios mínimos, monto con el cual pudiera disponer de los recursos suficientes como para pagar algún personal asistente y adquirir equipos y desarrollar otras actividades, como incluso contribuir con mi institución, la UCV, para publicar mis libros.
Uno de ellos, mi ópera magna, es probable que nunca sea publicado, porque padece, al parecer, de obesidad académica (540 páginas), y dentro de las posibilidades de recursos de la institución y su reconocida incompetencia para comercializar lo que produce, pues, el mismo quedará en una gaveta de mi ya magro escritorio.
De modo, pues, que dentro de la lógica del socialismo y de la actual revolución no existe otra posibilidad sino la muerte del PPI. Es mi deseo que alguien halle cómo congeniar revolución y socialismo con la producción de conocimientos.
En ese caso, todos saldremos beneficiados, la sociedad y la academia.
De hecho, ojalá que la vida permita poligamia y que el Gobierno revolucionario contraiga nupcias, también, con el pensamiento creativo y con sus productos, dentro del pluralismo retador, la necesaria libertad académica y la autonomía de la universidad.
Mientras tanto, el cierre técnico del PPI acarrea un interesante costo político para el actual Gobierno, pero el mismo es, como el gobierno de Ronald Reagan, un gobierno teflón, una maravillosa expresión que significa que nada le perturba.
Incluso menos que nada las expresiones de un grupo que políticamente se orienta en proporción de siete a tres en contra del Gobierno actual, otra versión interesante de apreciar al evaluarse la actual situación de la academia del país, colocada por fuerza de las circunstancias al borde de la improductividad.
Así, pues, la academia venezolana marcha hacia el sepulcro que le han cavado quienes poco le aprecian. No hay una manera "socialista" de producir conocimientos y, en todo caso, la teoría del valor correspondiente es aquella del valor agregado.
En nuestra sociedad el conocimiento se produce en baja proporción en relación con el potencial y tiene un valor cercano a cero, pero lo revolucionario sería entender que sin la producción endógena de conocimientos la sociedad quedará a merced de los intereses foráneos.
El Nacional
El PPI era una manifestación de heterologación, creado en 1990 para promover la investigación académica. Ha sido un programa exitoso, pues creó en nuestra sociedad la profesión de investigador, del mismo modo que en 1958 se creó en sí misma la profesión académica.
En dos décadas 1990 a 2010 el programa sometió a evaluación la capacidad de nuestros académicos, una producción no necesariamente articulada con las necesidades de la sociedad, pero con una riqueza y un potencial extraordinario.
Ha faltado entonces el programa correlativo, que abriese las posibilidades para que ese conocimiento fuese adaptado a la correa de transferencia tecnológica, la misma que ha estado abierta al conocimiento generado en el exterior, que no en el país.
En lo personal, deploro la inercia o desaparición del PPI.
Soy lo que alguien pudiera llamar un miembro distinguido del programa, pues ostento la categoría de investigador emérito una mínima proporción del total de investigadores acreditados, 6.829, y que representa sólo 0,4%. Pero, aparte de tal honra, ha terminado significando poco o nada para mi trabajo, como recurso. Recibo apenas un ingreso muy modesto, equivalente a un salario mínimo, al mes, pero de momento han dejado de cancelar los proventos a partir del segundo trimestre del año.
Albergué la secreta esperanza, más bien, de cómo el PPI criollo siguiese los pasos de su hermano mayor, el SNI mexicano, que otorga a los investigadores de mi categoría el equivalente a 14 salarios mínimos, monto con el cual pudiera disponer de los recursos suficientes como para pagar algún personal asistente y adquirir equipos y desarrollar otras actividades, como incluso contribuir con mi institución, la UCV, para publicar mis libros.
Uno de ellos, mi ópera magna, es probable que nunca sea publicado, porque padece, al parecer, de obesidad académica (540 páginas), y dentro de las posibilidades de recursos de la institución y su reconocida incompetencia para comercializar lo que produce, pues, el mismo quedará en una gaveta de mi ya magro escritorio.
De modo, pues, que dentro de la lógica del socialismo y de la actual revolución no existe otra posibilidad sino la muerte del PPI. Es mi deseo que alguien halle cómo congeniar revolución y socialismo con la producción de conocimientos.
En ese caso, todos saldremos beneficiados, la sociedad y la academia.
De hecho, ojalá que la vida permita poligamia y que el Gobierno revolucionario contraiga nupcias, también, con el pensamiento creativo y con sus productos, dentro del pluralismo retador, la necesaria libertad académica y la autonomía de la universidad.
Mientras tanto, el cierre técnico del PPI acarrea un interesante costo político para el actual Gobierno, pero el mismo es, como el gobierno de Ronald Reagan, un gobierno teflón, una maravillosa expresión que significa que nada le perturba.
Incluso menos que nada las expresiones de un grupo que políticamente se orienta en proporción de siete a tres en contra del Gobierno actual, otra versión interesante de apreciar al evaluarse la actual situación de la academia del país, colocada por fuerza de las circunstancias al borde de la improductividad.
Así, pues, la academia venezolana marcha hacia el sepulcro que le han cavado quienes poco le aprecian. No hay una manera "socialista" de producir conocimientos y, en todo caso, la teoría del valor correspondiente es aquella del valor agregado.
En nuestra sociedad el conocimiento se produce en baja proporción en relación con el potencial y tiene un valor cercano a cero, pero lo revolucionario sería entender que sin la producción endógena de conocimientos la sociedad quedará a merced de los intereses foráneos.
El Nacional
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