Rigoberto Lanz
El Nacional, 05/12/10
El Nacional, 05/12/10
Las crisis se van sucediendo y los actores del mundo universitario se estacionan con aires de eternidad. La Modernidad colapsa y nuestros académicos son los últimos en enterarse.
El discurso escolar hace aguas y nuestros profesores funcionan en una cotidianidad más o menos "normal".
La universidad como práctica y como discurso hace rato que está en caída libre, pero la comunidad académica está muy distraída en sus asuntos.
La famosa sociedad del conocimiento amenaza por todos los flancos pero nuestros docentes siguen anclados en la tiza y el pizarrón.
Los productores de saberes derivaron en gremio y con ello las lógicas corporativas lo arruinan todo. Las leyes de ejercicio profesional son el último eslabón de una cadena de aberraciones que tienen en común la más completa incompetencia de los saberes disciplinarios para decir nada interesante sobre la complejidad del mundo de hoy.
El vaciamiento de sentido de estos espacios se traduce en un funcionamiento muy curioso en el que casi todo es mentira: Es mentira que los profesores produzcan el conocimiento que enseñan; es mentira que exista una democracia universitaria; es mentira que las profesiones que allí se obtienen sirvan para algo; es mentira que la universidad existirá eternamente; es mentira que el quehacer intelectual sea lo prioritario; es mentira que exista una "comunidad universitaria"; es mentira que la universidad se deba a los intereses y necesidades del pueblo.
De ello no son culpables nuestros sufridos profesores.
Ellos son más bien las víctimas de un marasmo cultural en el que nada queda en pie.
En ausencia de otros parámetros de reflexión, la gente toma como dato lo que tenemos. De ese modo se normaliza el esquema universitario realmente existente y que cada quien haga lo suyo. Si a usted le pagan lo mismo por pensar o dar clases (no crea que van juntos) entonces seguramente el docentismo saldrá ganando.
Si la mediocridad vale más o menos lo mismo que el brillo intelectual, entonces se comprenderá que las cosas cada vez brillen menos.
Son muchas décadas de deterioro de la calidad de todos estos procesos. Los horizontes trascendentes se van arrinconando y en su lugar la pragmática de supervivencia se hace vida cotidiana.
Profesores mal pagados, ambientes hostiles, salones llenos de pupitres, arquitecturas ajenas al placer de pensar, gente que va y viene en una comprensible prisa por graduarse cuanto antes, violencia delincuencial y despotismo burocrático. Me parece que es como mucho para tener derecho a una jubilación generosa (por cierto, una de las más generosas del mundo).
Asistimos a una era histórica en la que está marcado el "fin de la universidad". Se anuncian otras épocas en las que la idea de "profesor" estará completamente transfigurada.
¿Qué hay de malo en eso? No digo que nos sentemos a esperar el paso del cadáver de la Modernidad. Digo, sí, que los sectores pensantes del mundo académico tienen que levantar la mirada y atreverse a imaginar nuevos horizontes para fecundar la idea de "enseñanza", de producción de conocimientos, de diálogo de saberes.
Aquí y ahora hay agendas urgentes que no pueden esperar. La lucha concreta por un sistema de remuneraciones acorde, por ejemplo, no puede escamotearse en nombre de la crisis. Va de suyo todo lo atinente a la superación de las limitaciones para un adecuado desempeño de los procesos allí implícitos.
La calidad de una nueva formación universitaria pasa por un cambio de fondo en los viejos roles de los operadores que son característicos ("profesores", "estudiantes", "empleados"), pasa también por la construcción de nuevas plataformas tecnológicas y organizacionales en las que el Estado tiene que emplearse a fondo, no como "patrón" que regatea presupuestos, sino como soporte orgánico de un nuevo proyecto de país, es decir, como garante pleno de una formación universitaria de altísima calidad.
"Enseñar", "formarse", "aprender" son conceptos en mutación. Es bueno saber que la idea de "profesor" también cambiará.
El Nacional
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