Alexis Márquez Rodríguez
Tal Cual, 18/02/11
El pretexto de Rómulo Betancourt y demás miembros de la Junta Revolucionaria de Gobierno para rechazar la autonomía fue que esta podría facilitar la elección de autoridades reaccionarias, lo cual sería incompatible con la nueva realidad del país, en que se había impuesto un gobierno revolucionario y progresista. Argumento especioso, que no fue sino la expresión, una vez más, del propósito de todos los gobernantes, de derecha o de izquierda, de controlar la enseñanza universitaria.
Sin embargo, el Estatuto de 1946, aunque no contemplaba la autonomía, estableció, por primera vez en Venezuela, la representación estudiantil en el Consejo Universitario, los consejos de facultad y los consejos de escuela, y consagró, además, la libertad de cátedra, consustancial con la autonomía y una de sus bases fundamentales.
El Estatuto de 1946 trajo graves problemas en las universidades, pues permitió la excesiva partidización política de la vida universitaria, con altos niveles de pugnacidad. Lo cual no podría achacarse sino a la mala actuación de los partidos, que casi nunca han comprendido la alta función de los planteles universitarios, ni cómo debe ser la actividad política en el seno de las universidades, inevitable por razones obvias, e incluso positiva si se aplica de manera racional y constructiva. Además, aquella pugnacidad en el seno de las universidades no fue sino el traslado a estas del clima de sectarismo y demagogia populista provocado por la actuación del gobierno sedicentemente revolucionario. Semejante situación produjo un gran desprestigio de las universidades.
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