Rigoberto Lanz
El Nacional, 13/02/11
El Nacional, 13/02/11
El único dato incontrovertible de la dinámica real del mundo universitario es su altísima propensión a mantener lo dado, al conservadurismo, a la reproducción de lo existente. Todo lo demás es interpretable y relativo, pero su tendencia natural a la preservación del statu quo tiene ya la pinta de una ley de la termodinámica.¿A qué se debe esto?
Digamos que no hay una explicación satisfactoria. Todo es un misterio. Paradojas tras paradojas. Tratar de entender qué es lo que realmente ocurre ha sido casi el proyecto de vida de muchos pensadores del tema educativo. Investigaciones, diagnósticos y debates sobre este asunto abundan hasta la saturación (el amigo Héctor Silva Michelena, cuando era decano por allá a finales de los años setenta, decía que padecíamos una sobredosis de diagnósticos sobre la crisis de la universidad). ¿Dónde estamos, hoy?
Lo efectivamente visible son los signos de la decadencia; lo que no se puede ocultar es la terrible mediocridad que impregna todo cuando allí acontece; el clima cotidiano que se respira en todos lados es el del tremedal. "Cambiar" en esas condiciones podría significar dar un salto y estremecer los espacios anquilosados de prácticas, discursos y estructuras. Pero la experiencia indica tercamente que las iniciativas de cambios (las ha habido de todos los tamaños imaginables) terminan siempre agotadas en la languidez de su insignificancia. (Anécdota: el amigo Miguel Ron Pedrique, con la acidez que era típica de sus ocurrencias, me susurraba cada vez que estábamos en alguna discusión pública: "Estos practican el deporte favorito de la universidad: están cambiando el pénsum").
Digamos que no hay una explicación satisfactoria. Todo es un misterio. Paradojas tras paradojas. Tratar de entender qué es lo que realmente ocurre ha sido casi el proyecto de vida de muchos pensadores del tema educativo. Investigaciones, diagnósticos y debates sobre este asunto abundan hasta la saturación (el amigo Héctor Silva Michelena, cuando era decano por allá a finales de los años setenta, decía que padecíamos una sobredosis de diagnósticos sobre la crisis de la universidad). ¿Dónde estamos, hoy?
Lo efectivamente visible son los signos de la decadencia; lo que no se puede ocultar es la terrible mediocridad que impregna todo cuando allí acontece; el clima cotidiano que se respira en todos lados es el del tremedal. "Cambiar" en esas condiciones podría significar dar un salto y estremecer los espacios anquilosados de prácticas, discursos y estructuras. Pero la experiencia indica tercamente que las iniciativas de cambios (las ha habido de todos los tamaños imaginables) terminan siempre agotadas en la languidez de su insignificancia. (Anécdota: el amigo Miguel Ron Pedrique, con la acidez que era típica de sus ocurrencias, me susurraba cada vez que estábamos en alguna discusión pública: "Estos practican el deporte favorito de la universidad: están cambiando el pénsum").
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