Antonio Pasquali
Tal Cual, 210/02/11
E l análisis del discurso intelectual como fuente de resistencia cultural hoy de capital importancia en más de un país excluye de entrada, como gnoseología o método utilizables, cualquier recurso al pensamiento mítico, aquel que busca arquetipos de perfección en el pasado. Raras veces llega la salvación de afuera o del pasado; la historia no siempre es maestra de vida. Noli foras ire, in te redi, in interiori homine habitat veritas, recomendaba San Agustín: no vayas afuera, regresa en ti, en el interior del hombre habita la verdad. En materia de intelectuales y de su lucha contra el despotismo, lo anterior adquiere casi la dimensión de una norma; en el bazar de la historia hay para todos los gustos, y es hasta posible y probable que en cuestiones morales y políticas los intelectuales no seamos más virtuosos o arrojados que los metalmecánicos o los obreros de la construcción. Intelectuales hubo que lucharon y hasta se inmolaron en defensa de grandes principios, otros que se adaptaron para sobrevivir, y otros más abrazaron el oscurantismo. Figuras como Sartre, Mann, Neruda, Hemingway, Horkheimer o Chaplin comprometieron su obra con la libertad y la solidaridad; Fucik fue fusilado por los nazis, Hernández murió en calabozo franquista, Gramsci en un hospital tras largos años de cárcel, Jara acribillado en el estadio de Santiago. Pero Brasillac fue fusilado y Gentile asesinado por ser fascistas, y Ezra Pound murió de las secuelas de doce años de psiquiátrico por la misma razón; figuras como Sacha Guitry, Maurice Chevalier o Charles Trenet, colaboracionistas, se salvaron de correr la misma suerte.
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