Beatriz Sarlo
La Nación, 04/02/11
No me propongo salir en defensa de las artes y humanidades, que durante los últimos 3000 años se han defendido bastante bien y, sobre todo, han logrado sobrevivir sin desprestigio a masacres que se realizaron en nombre de ideas, con música de Wagner y gigantescos diseños. Una versión de la Novena de Beethoven, pudorosamente, se llama "la de la guerra", porque su grabación se realizó en un teatro repleto de nazis apasionados por la música. La orquesta del Reich , libro formidable de Misha Aster, muestra cómo Goebbels protegió a la Filarmónica de Berlín y atendió los reclamos de su director, el prodigioso Wilhelm Furtwängler, tolerando que no se afiliara al partido nazi y les sacara el cuerpo, cuanto era posible, a los conciertos en los que se hacía presente Hitler.
Cuando los aliados se aproximaban a Berlín, Goebbels mismo se preocupó por salvar los instrumentos de la Filarmónica. Es sabido, en cambio, que los nazis abominaban del arte de vanguardia. Esto no convierte automáticamente a las vanguardias en el último fortín de los valores (tal proposición sacaría de quicio a muchos vanguardistas). Los ejemplos no pretenden recordar simplemente esos escándalos de la razón; más bien, indican que las relaciones entre arte, filosofía y sociedad son contradictorias e impredecibles.
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