Fernando Savater
El PAÍS, 08/02/11
Sobre las revelaciones políticas aportadas por Wikileaks a estas alturas ya se han hecho todas las consideraciones imaginables, sean encomiásticas o derogatorias. En general predomina la de que "confirman nuestros temores", como dicen los clásicos: es decir, que la diplomacia de las grandes potencias trabaja a favor de los intereses de estas, que llegado el caso procuran que los demás países jueguen a su favor incluso haciendo trampas, que caracterizan a los políticos extranjeros con bastante crudeza y siempre de acuerdo con lo que les conviene, que para ver lo que de veras piensan nuestros gobernantes no debemos fiarnos de los principios que enuncian sino de las medidas que toman... En fin, por seguir con los clásicos, nihil novus sub sole.
Pero, aun en el supuesto de que nos hubieran descubierto cosas sorprendentes e insospechadas, cabe preguntarse si tales hallazgos nos serían verdaderamente útiles. Por decirlo de otro modo: ¿es nuestro problema político el no saber lo suficiente o el no rentabilizar lo que ya sabemos? Si por obra y gracia de algún saqueador justiciero como Assange descubriéramos de pronto muchas cosas relevantes que ignoramos, ¿no desperdiciaríamos esta información como hacemos con lo mucho que ahora sabemos o podemos llegar a saber consultando fuentes al alcance de cualquiera? Hace más de 20 años, Jean-François Revel publicó un libro, excelente como casi todos los suyos, que se titulaba El conocimiento inútil (editado aquí por Planeta y después por Austral, con prólogo de Javier Tussell). Explicaba, apoyado en abundante documentación, cómo el cerrilismo ideológico, los prejuicios y el partidismo interesado cortocircuitan lo mucho que ya sabemos sobre nuestro mundo, haciéndolo estéril para guiar políticas sensatas. Si hoy pudiera reescribir esta obra, Revel añadiría nuevos y relevantes ejemplos en apoyo de su tesis principal.
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