martes, 22 de febrero de 2011

Universidad clásica

Francisco Rivero
Tal Cual, 22/02/11
El amor a la verdad actualiza a la universidad como una fuente de conciencia y de libertad, es decir, como un agente moral. Dicho de otro modo, el amor a la verdad descubre la naturaleza eminentemente espiritual de la universidad.

Esto es lo que hace imposible su reducción a un mero instrumento de capacitación profesional y técnica al servicio del bienestar material y físico de la humanidad.

El saber que especifica y norma a la universidad no es, en otros términos, principalmente operativo, práctico, y funcional, sino contemplativo, trascendente, y espiritual. La inteligencia de esta diferencia y el respeto a la jerarquía e independencia ontológica, ética e intelectual que ella descubre y determina, es lo que funda la autonomía de la universidad y distingue a la formación universitaria de la sola capacitación operativa que imparten los institutos técnicos.

Dicho de otro modo, en razón del conocimiento teórico que en todas las disciplinas y por encima de todo otro fin, ella ama, busca, atesora, comunica e imparte, la universidad rebasa el orden del poder y la operatividad material entera y ordena al hombre al amor contemplativo de la verdad. Este amor es la esencia de la educación.

Por él la universidad, además de capacitar, educa.

Esa capacidad de educar, o elevar, al hombre a la conciencia de sí como partícipe, en derecho, de un orden de inteligibilidad y de sentido que nadie agota, ni controla ni domina, es la fuente misma de la dignidad y autonomía de la persona humana y la universidad. Esto es lo que define el carácter esencialmente liberal, o liberador, que la educación universitaria imparte.

Esto es lo que explica el aprecio constante y emocionado de Bolívar por Simón Rodríguez, quien fue su íntima y personal "universidad". A un ser que piensa, a un ser que como el hombre, no vive sólo de pan, como dijo Cristo, sino de cada palabra que sale de la boca de Dios, no se le puede, en efecto, reducir a un medio o instrumento de nada ni de nadie sin destruirlo espiritual y moralmente. Esto es lo que pretende hoy la barbarie occidental "moderna y progresista" en nombre de la "ciencia" del mercado, o de la revolución y su identidad de verdad y poder.

Esta "identidad" debe liberarnos de la verdad espiritual y trascendente que, según esa "ciencia", impide y "aliena" a la humanidad de su vocación de dominio, como si la verdad, por trascendente que sea, pudiera negar o limitar a un ser que piensa.

Contra esta estupidez "moderna" que tanto mercado como revolución comparten, la universidad, esto es, la vida de la mente y la libertad, que ningún poder define ni puede definir, es el antídoto y la negación.

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