Hacia una evaluación generadora

Hacia una evaluación generadora.
Más allá de la evaluación técnico-burocrática
de las universidades en México

Hugo Rangel Torrijo

La evaluación debe entenderse como una serie de acciones que propicien una dinámica movilizadora de los actores de la educación como lo propone Lecointe (2001). Es decir, se trata de propiciar, mediante la evaluación, una apropiación de las capacidades de las universidades y de los procesos para su desarrollo. En este sentido, la evaluación debe ser participativa. Este proceso evaluativo debe plantearse para rebasar la normatividad, los procedimientos burocráticos y administrativos y las clasificaciones. Debe entenderse más allá de auditorias y ejercicios contables (Miles 2005). Es decir, que las prácticas propicien la adopción de una cultura de la evaluación.

Es preciso destacar que no es posible concebir un programa académico de innovación si no se funda en principios de evaluación, planeación y trabajo innovadores. Es decir, no es coherente pretender un programa de innovación bajo principios tradicionales o convencionales. La innovación significa, en este sentido, renovar la problemática de la evaluación de los conocimientos (Perrenoud 2004).

Asimismo, la evaluación debe contribuir a que los estudiantes desarrollen sus competencias (Wiggins, 1990 ). De manera análoga, las competencias no pueden ser entendidas solamente como habilidades prácticas, sino como capacidades (del Pozo, 2000), es decir, el concepto de competencias debe ser entendido desde la perspectiva de la teoría constructivista. El concepto de competencias debe superar el peligro de su instrumentalización (Perrenaud, 2005), es decir, las competencias al servicio de la economía o, más bien, al de una ideología neoliberal. El desarrollo de las competencias, habilidades y destrezas no se argumente en detrimento de los conocimientos propios de cada disciplina (Manifiesto de universidades europeas, 2005).
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