Daniel Innerarity
EL PAÍS, 16/11/10
EL PAÍS, 16/11/10
Nos hemos acostumbrado a entender el mundo como algo inmediato, disponible y de fácil acceso. El discurso habitual acerca de la sociedad del conocimiento y de la información entiende la sociedad en términos de circulación de bienes y datos, cuya apropiación no es problemática. La ideología dominante es la transparencia comunicativa y reproductiva, como si para la lectura correcta de los datos bastara un código correspondiente. Este modo de pensar tiende a menospreciar el momento de interpretación que hay en todo conocimiento, favorece los saberes científicos y fácilmente traducibles en aparatos tecnológicos, la rentabilidad económica inmediata, mientras que infravalora otro tipo de conocimientos como los artísticos, intuitivos, prácticos o relacionales. Conviene examinar este asunto porque no nos jugamos aquí tan solo el porvenir de las humanidades, sino el destino de nuestras comunidades políticas.
Este desencuentro entre las ciencias y las letras -por decirlo con una contraposición antigua pero que todos entendemos- se podría traducir en la oposición de la ciencia económica de los datos y el arte político de la interpretación. Contra la reducción de la comunicación a mera elaboración de información, contra una revolución digital entendida como mera inversión en tecnología o la sociedad de la información como una sociedad de las máquinas, el acento puesto en la interpretación subraya el elemento activo y complejo de todo conocimiento. Este es el verdadero desafío de nuestro tiempo: interpretar para obtener experiencias a partir de los datos y sentido a partir de los discursos. Y es aquí donde las ciencias humanas y sociales se hacen valer como especialistas de sentido, como saberes que producen y evalúan significación.
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Este desencuentro entre las ciencias y las letras -por decirlo con una contraposición antigua pero que todos entendemos- se podría traducir en la oposición de la ciencia económica de los datos y el arte político de la interpretación. Contra la reducción de la comunicación a mera elaboración de información, contra una revolución digital entendida como mera inversión en tecnología o la sociedad de la información como una sociedad de las máquinas, el acento puesto en la interpretación subraya el elemento activo y complejo de todo conocimiento. Este es el verdadero desafío de nuestro tiempo: interpretar para obtener experiencias a partir de los datos y sentido a partir de los discursos. Y es aquí donde las ciencias humanas y sociales se hacen valer como especialistas de sentido, como saberes que producen y evalúan significación.
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