Ricardo Gil Otaiza
El Universal, 14/01/11
Consideramos atinada la decisión del Presidente de no promulgar la nueva Ley de Educación Universitaria. Independientemente de los criterios sopesados por el mandatario a la hora de vetar este instrumento legal (políticos, fundamentalmente), fue un frenazo a tiempo, al borde del abismo, que nos evita desgastes innecesarios y situaciones peligrosas que estamos lejos de anhelar como destino nacional.
Nos da un respiro el que la LEU vuelva al seno de la Asamblea Nacional y sea materia para una ardua discusión dentro de las instituciones. Comprendemos entonces la alegría que reina en los predios de las casas de estudios, pero nos crispa la piel el triunfalismo que se percibe entre quienes sienten que esta decisión es de por sí la victoria. En tal sentido, resultan un tanto improcedentes las posturas de algunos personajes y líderes universitarios nacionales, quienes sobre la base de la reconsideración gubernamental hecha a última hora —más por interés de mantener a como dé lugar el statu quo, que por consideraciones de orden académica o de otra naturaleza, como queda dicho—, pretenden llevar agua a su molino para capitalizar a su beneficio los últimos acontecimientos. ¡Bien lejos de la racionalidad! Esto es apenas un paréntesis en la larga batalla a dar, no sólo en defensa de las universidades y de su autonomía, sino del país nacional que estamos urgidos de construir desde nuestros espacios académicos.
La fase que comienza de discusión y de debate deberá llevarnos a los actores universitarios a una reflexión honesta, de la que emergerán necesarias interrogantes: ¿somos acaso los universitarios copartícipes del paulatino progreso del deterioro institucional? ¿Hemos consolidado un verdadero liderazgo académico o nos hemos convertido en islas en medio de un océano de dificultades nacionales y continentales? ¿Está la institución universitaria en sintonía con el cambio epocal que se vive en todos los ámbitos de la vida planetaria? ¿Es posible la transformación de la institución universitaria desde sus propias entrañas sin que ello implique desnaturalizar su propia esencia? ¿Tenemos la institución que anhelamos y que el país merece? ¿Estamos ganados para una verdadera transformación?
Nos da un respiro el que la LEU vuelva al seno de la Asamblea Nacional y sea materia para una ardua discusión dentro de las instituciones. Comprendemos entonces la alegría que reina en los predios de las casas de estudios, pero nos crispa la piel el triunfalismo que se percibe entre quienes sienten que esta decisión es de por sí la victoria. En tal sentido, resultan un tanto improcedentes las posturas de algunos personajes y líderes universitarios nacionales, quienes sobre la base de la reconsideración gubernamental hecha a última hora —más por interés de mantener a como dé lugar el statu quo, que por consideraciones de orden académica o de otra naturaleza, como queda dicho—, pretenden llevar agua a su molino para capitalizar a su beneficio los últimos acontecimientos. ¡Bien lejos de la racionalidad! Esto es apenas un paréntesis en la larga batalla a dar, no sólo en defensa de las universidades y de su autonomía, sino del país nacional que estamos urgidos de construir desde nuestros espacios académicos.
La fase que comienza de discusión y de debate deberá llevarnos a los actores universitarios a una reflexión honesta, de la que emergerán necesarias interrogantes: ¿somos acaso los universitarios copartícipes del paulatino progreso del deterioro institucional? ¿Hemos consolidado un verdadero liderazgo académico o nos hemos convertido en islas en medio de un océano de dificultades nacionales y continentales? ¿Está la institución universitaria en sintonía con el cambio epocal que se vive en todos los ámbitos de la vida planetaria? ¿Es posible la transformación de la institución universitaria desde sus propias entrañas sin que ello implique desnaturalizar su propia esencia? ¿Tenemos la institución que anhelamos y que el país merece? ¿Estamos ganados para una verdadera transformación?
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