Joaquín García-Huidobro Correa
El Mercurio, 31/01/11
Una buena parte de las ventajas de Chile sobre sus vecinos se debe a su política de becas estatales. Desde hace décadas, un puñado de buenos alumnos chilenos ha viajado a otros países a estudiar con buenos profesores y aprender cosas que no podía aprender aquí. A la vuelta se comprometían a trabajar en un organismo estatal o en una universidad: un lujo para el Estado y también para las universidades, que han visto incrementar su calidad de manera exponencial.
Este sistema, que trajo grandes beneficios al país, tenía dos defectos: el primero es que beneficiaba a pocos; el segundo era la falta de transparencia y de igualdad de acceso. Uno sabía que, si quería obtener una beca estatal, convenía tener un tío ministro. A pesar de eso, como las becas eran pocas, se terminaba eligiendo a los mejores (entre los que tenían los contactos necesarios).
Todo cambió con la Presidenta Bachelet, que quiso hacer dos cosas buenas, pero difíciles: ampliar el número de becas y desterrar el amiguismo. El aumento de las becas produjo una saturación del sistema, que hoy nadie puede manejar. También es buena la superación de las influencias extraacadémicas. Ella amplía los beneficios a quienes no las poseen. Permite, además, poner atajo a una forma sutil pero grave de corrupción. Logra así que los factores intelectuales y académicos sean los determinantes.
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