Magaldy Téllez
El Nacional, 24/01/11
En el manifiesto de los estudiantes de Córdoba (Argentina, 1918) se dice que "en adelante, sólo podrán ser maestros en la futura república universitaria los verdaderos constructores de almas, los creadores de verdad, de belleza y de bien". E. Spranger escribió, en 1925, que "no basta conocer hechos y dirigirlos técnicamente; hay que tener encima de sí valores a los que se adscribe uno. Todo auténtico ideal de cultura es al mismo tiempo una profesión de un sentido de la vida". Albert Einstein, en1936, propuso que "el joven debe salir de la universidad con una mentalidad armónica y no como un especialista, y de manera central con capacidad de pensamiento crítico independiente". Voces que, en sus tiempos y circunstancias, se hicieron eco de una sociedad que reclamaba una universidad comprometida y actuante.
Si algo resulta irrenunciable e innegociable en el debate sobre la Ley de Educación Universitaria es mantener ese reclamo, para nuestro tiempo y para nuestras circunstancias, en una concepción de universidad que ponga en juego la reinvención de la misma como interrupción de los dispositivos de saber-poder fundados en la lógica disciplinaria y profesionalizante y como irrupción del ejercicio de otros modos de pensar, decir, hacer y sentir que implican una nueva política, una nueva ética y una nueva estética del conocimiento.
Porque se entretejen con las transformaciones sociales que constituyen el signo de nuestro presente: creando no sólo conocimientos sino también nuevos marcos de comprensión de nuestra realidad y de nosotros mismos, formando sujetos capaces de generar nuevas formas de ejercicio de ciudadanía inherentes a la construcción de la democracia radical como forma de vida política, que tiene en el ejercicio del poder popular instituyente su condición fundamental y de asumir su compromiso con el proceso inacabado de construcción de una sociedad justa, libre y solidaria; haciéndose cargo de los acuciantes problemas sociales de diversa índole y escalas; ejerciendo su compromiso activo con la creación de condiciones para una vida digna de ser vivida por todos.
Si algo resulta irrenunciable e innegociable en el debate sobre la Ley de Educación Universitaria es mantener ese reclamo, para nuestro tiempo y para nuestras circunstancias, en una concepción de universidad que ponga en juego la reinvención de la misma como interrupción de los dispositivos de saber-poder fundados en la lógica disciplinaria y profesionalizante y como irrupción del ejercicio de otros modos de pensar, decir, hacer y sentir que implican una nueva política, una nueva ética y una nueva estética del conocimiento.
Porque se entretejen con las transformaciones sociales que constituyen el signo de nuestro presente: creando no sólo conocimientos sino también nuevos marcos de comprensión de nuestra realidad y de nosotros mismos, formando sujetos capaces de generar nuevas formas de ejercicio de ciudadanía inherentes a la construcción de la democracia radical como forma de vida política, que tiene en el ejercicio del poder popular instituyente su condición fundamental y de asumir su compromiso con el proceso inacabado de construcción de una sociedad justa, libre y solidaria; haciéndose cargo de los acuciantes problemas sociales de diversa índole y escalas; ejerciendo su compromiso activo con la creación de condiciones para una vida digna de ser vivida por todos.
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