El Nacional, Editorial, 07/01/11
El veto del Presidente a la Ley de Universidades aprobada por la vieja Asamblea Nacional entre gallos y medianoche muestra como, en un régimen autoritario, a quien desprecia más el Jefe es a sus propios aduladores. Eso ya lo saben los ministros y otros altos funcionarios, que son acarreados a las manifestaciones de adoración al Comandante y a quienes se les ve temblar en la pantalla a la espera de si ese día los va a regañar, elogiar o cambiar de destino.
Pero en el caso de los asambleístas de la llamada jaula de las focas la humillación llegó al máximo. Después de que los obligaron a aprobar en pocas horas un proyecto de ley redactado por el Gobierno, que no alcanzaron a leer, y que atenta, en muchos casos, contra los ideales que dijeron promover en su juventud estudiantil, el propio Gobierno que se los había impuesto tira a la basura una de las últimas decisiones adoptadas por tan lastimosa Asamblea.
Es cierto que la decisión presidencial se pudiera interpretar como un reconocimiento de las protestas que provocó la ley en los sectores universitarios y en toda la nación, y como un indicio de que si la ciudadanía hace valer sus derechos todavía hay posibilidades de diálogo en Venezuela, sin necesidad de destruir o pulverizar al adversario. Ojalá sea así.
Pero en el caso de los asambleístas de la llamada jaula de las focas la humillación llegó al máximo. Después de que los obligaron a aprobar en pocas horas un proyecto de ley redactado por el Gobierno, que no alcanzaron a leer, y que atenta, en muchos casos, contra los ideales que dijeron promover en su juventud estudiantil, el propio Gobierno que se los había impuesto tira a la basura una de las últimas decisiones adoptadas por tan lastimosa Asamblea.
Es cierto que la decisión presidencial se pudiera interpretar como un reconocimiento de las protestas que provocó la ley en los sectores universitarios y en toda la nación, y como un indicio de que si la ciudadanía hace valer sus derechos todavía hay posibilidades de diálogo en Venezuela, sin necesidad de destruir o pulverizar al adversario. Ojalá sea así.
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