Claudio Bifano
Tal Cual, 05/01/11
En el mundo de quienes se dedican a la enseñanza como profesión se les llama profesores, mientras que en nuestro país la revolución bolivariana les acuña el nombre de trabajadores académicos.
¿Un simple cambio de nombre? No. No es que los ideólogos de la nueva ley de universidades hayan pensado que este cambio de nombre valoriza la condición de profesor. Los señores de la revolución cambian los nombres de las instituciones, organizaciones o empresas pretendiendo cambiar así su origen y su historia y adulteran los títulos para tergiversar sus funciones; imponen un lenguaje distinto para erradicar lo establecido.
En el caso que nos ocupa, con el cambio de nombre se quiere, además, que todos los que trabajen en la universidad tengan la potestad de elegir a quienes las dirijan, sin que medie ninguna otra condición o capacidad. Este no es un cambio trivial, es un cambio de fondo con el que se pretende equiparar las responsabilidades, el significado y la visión de la universidad. Otro ejemplo es la definición de la autonomía. En lugar de expresarse como la libertad de enseñar, investigar y difundir la cultura y el derecho de organizarse y administrarse, que deben tener las universidades, se plantea como un ejercicio ético...
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